Ya sólo circo
En la segunda vuelta de las elecciones Sarkozy declaró que se debía acabar con el espíritu de Mayo del 68. La arenga tenía su riesgo -cuando de conquistar el centro se trataba- en un país con tanta capacidad para convertir en tradición propia cualquier acontecimiento relevante con independencia del signo que sea. Cierto, Mayo del 68 no fue un fenómeno del centro político, sino de una imaginación revolucionaria plural y contradictoria. Pero Mayo del 68 no fue solamente algaradas estudiantiles, masivas huelgas y movilizaciones sindicales, generó también una manera de mirar al mundo, un tipo de cine y literatura, nuevas formas de relación sentimental, sexual, de comportamiento público y experimentación vital, un sentido de la libertad frente a rutinas disciplinarias que venían de lejos. Y todo ello también llegó a ser patrimonio de amplios sectores de la población. La llamada de Sarkozy era llanamente reaccionaria: volver atrás, abolir aquella experiencia incorporada mayoritariamente a la conciencia democrática pública. Y ganó.
Que en las sociedades opulentas las elecciones se ganan arrastrando el voto del centro es un hecho. Pero la cuestión es cómo se configura en cada momento ese segmento político, cuáles son sus aspiraciones, su imaginación social y sus mecanismos de identificación. Que las encuestas del CIS den al PP en Valencia una cómoda mayoría a pesar de las facturas de Terra Mítica, del accidente del Metro, de su clericalismo descarado, el abandono de la enseñanza pública, la destrucción más completa del paisaje, de sus listas que incluyen imputados en causas por corrupción o de la descarada manipulación de Canal 9, demuestra hasta qué punto el centro ha sido objeto de una exitosa diseminación ideológica conservadora. La Copa del América, el famoso circuito de Fórmula 1, la política cultural grandilocuente concebida como fasto derrochador y todos los actos, fiestas, saraos... son auténticas máquinas de producción ideológica basadas no ya en lo que se dice cuanto en las maneras de ser y hacer que instalan. Su resultado hace jugar a la izquierda en un terreno minado.
Cierto, siguen con su retórica ampulosa, victimista, nacional-católica, oscurantista, etcétera. Pero pronto la sustituirán -ya atisba- por otra acorde con esas prácticas: un cóctel que mezcla los términos "modernidad", "cosmopolitismo", "internacionalismo", etcétera, reinterpretados de una manera totalmente banalizada y conservadora. Para muestra un botón: recientemente un ex-redactor jefe de la sección de opinión de un diario valenciano, reconvertido en una suerte de maestro de la elegancia a lo Karmele Marchante, acaba su artículo marcando un objetivo que a la vez era un diagnóstico: alcanzar una tienda de Prada y no sólo su fiesta. Ese era el "escalón" -la expresión es suya- que a Valencia le faltaba subir.
La metáfora de la escalera no es baladí. Arriba, abajo, orden, jerarquía. Las múltiples actividades espectaculares de la derecha, y su cohorte de negociantes, han impregnado de un neohorterismo al centro político valenciano que lo hace proclive a imaginar la vida en común, es decir, la política, de una manera cada vez más alejada de los valores de la izquierda. Como el pan, lo que se dice pan, ya no falta, parece que sólo les mueve el circo, y la aspiración no ya de verlo desde la grada, sino la fantasía delirante de participar en su meollo. ¿Hay pues que ponerse a la cabeza prometiendo una gestión más eficaz y honesta del mismo? Esa es una posición que ya ha sido defendida al menos por dos destacados profesores y comentaristas de la izquierda. En un caso se recomendaba que la candidata Alborch no ofreciera tanto un modelo diferente de ciudad, cuanto la "imagen" de que ella puede gestionar mejor el que una Rita Barberá ahora agotada ha fraguado. Bueno, lo más probable es que, de ser así, los electores no vieran ninguna razón para cambiar de empresa. Mejor, aunque difícil, es el camino tomado por la candidata socialista. Asunto diferente es encontrar los medios para que, jugando con otra lógica, su mensaje llegue realmente a un sector mayoritario de la ciudadanía y no sólo a los herederos de Mayo 68. Y en ese punto, sí, un mayor esfuerzo es necesario.
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