Galicia, 12 points
Es un viejo sueño personal que se aviva cada año por estas fechas. Galicia participando en el festival de Eurovisión. Beatriz Manjón cantando nuestros puntos en inglés a toda Europa con la fachada del Obradoiro al fondo. Nuestra lengua sonando en un estribillo festivalero, por primera vez con acento del Miño norte, y compitiendo con Bielorrusia, Montenegro, Andorra y otros países pequeños, esos que tanto aborrece la vieja Europa occidental y que tan buena excusa dan para ocultar el fracaso de sus cada vez más anodinos representantes.
Es sólo un ejemplo más de la decadencia de las grandes potencias frente a la Europa del Tetris que se gusta y se vota entre ella. Si a ello sumamos que el resto de Europa también les vota la explicación parece clara: lo hacen mejor. Ante esa verdad incontestable a España le queda rebotarse, como José María Iñigo, o estudiar fórmulas para sobrevivir en el nuevo contexto europeo de la diversidad. Galicia, Escocia, Bretaña, Euskadi, Laponia, Gales, Cerdeña, Kurdistán. Todos a Eurovisión.
Cierto es que esto que se llama tristemente lenguas minorizadas ya tiene un festival no menos triste, el Liet, que también es de canción pero infinitamente más aburrida. Música digamos auténtica, digamos de raíz, que estará muy bien pero nunca sacará a estas lenguas de la condición de minorizadas. Muchos ya estamos cansados de ver la música gallega en los estantes de "músicas del mundo", esos que visita poca gente y de paladares exquisitos. Los mismos que suelen odiar Eurovisión. Y extrapolen este odio a las instancias mainstream que les dé la gana.
Porque el festival de Eurovisión es de lo más grande que nos ha dado Europa, la televisión y la cultura popular en general. Hace más por cohesionar este continente que cualquier posible constitución al unirnos por la vía rítmico-emocional y mostrar al tiempo nuestra diversidad. El elemento común es el pop, lo diferente es la forma de entenderlo. Si en los años 60 y 70 salieron de las grandes potencias festivaleras algunos de los mayores himnos del siglo pasado, los 80 y los 90 fueron los de la convulsión geopolítica, la oscuridad y el horterismo versus la austeridad new age. Pero en los últimos años la población ha salido del armario, en varios sentidos, y ha ido asumiendo el pop como un camino de no retorno, en el que algunos llevan más ventaja que otros. En el panorama comercial español, la situación es penosa, y eso no hay contubernio del Este que lo justifique.
En Galicia hasta hace poco el terreno pop estaba prácticamente desierto. Lo último, y todavía lo mejor, lo hizo Andrés do Barro hace más de 30 años. En los 90 el auge del folk y de algún rock en gallego desterró a la cultura pop hasta su subterfugio natural, que era la casa de cada uno. La gente siguió escuchando pop pero en la intimidad. En inglés y en español. Y al igual que los folkis renegaron en su día de la tontería pop, los jóvenes de ahora huyen del folk, más que nada por saturación. Es decir, siguen yendo a Ortigueira y eso, pero pocos de ellos van con un interés mayor que el de tajarse de campo.
Hay, pues, toda una nueva generación en Galicia con una cultura pop alucinante y capaz de hacer sonar algo más que una gaita, y de hacerlo con inteligencia. Ya no se ven obligados a defender su tierra ni su identidad explícitamente con la música, y poco a poco se van atreviendo a usar el gallego para decir cualquier tontería, que es la base de una buena canción pop. Vuelvo a mi sueño, y veo a este país de estribillos que ha inventado el "Pousa, pousa" enviando a su representante eurovisivo en el, pongamos, 2015. Tengo claro a mi candidato: se llama Projecto Mourente y es lo más parecido a pop electrónico de masas que tenemos por aquí. Se dio a conocer en la Red el año pasado, generando un montonazo de fans que este miércoles peregrinarán a la Sala Nasa de Santiago para ver la primera actuación en directo de alguien que compone, graba y publica desde el salón de su casa. No se me ocurre mejor forma de celebrar las letras gallegas que bailarlas en una pista. El día que Galicia vaya a Eurovisión también espero que España nos vote, aunque no sé si le podrá la envidia. En la nueva Europa de las naciones pequeñas, ir por nuestra cuenta es nuestra única oportunidad.
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