Pesadilla psicodélica en el charco de los patos
El espectáculo contó con luces baratas y una estética muy pobre
Habitualmente a El lago de los cisnes se le dice, de chanza, el charco de los patos. En este caso, estanque de la psicodelia. La megalomanía en ballet siempre ha sido una mala consejera, desde los tiempos de los zares rusos, justo cuando se inventó El lago (que este año cumple 130 de su fallido estreno moscovita). Y este fiestón en periodo de elecciones peca de excesos varios: luces baratas de colorines, amplificación abusiva, cuerpo de baile de tercera y un concepto estético de juzgado de guardia. Y es que en un país que carece y clama por una verdadera compañía de ballet, resulta del todo inmoral tirar a las aguas opacas del estanque del Retiro estos miles de euros (que son muchos) en un artificioso alarde que tiene muy poco de buen ballet, acaso lo mismo que tenga de inocencia en su alma Odile, el cisne negro, que por otro lado, es el fuerte de Tamara, lo que borda en lo técnico y en lo dramático.
La directora artística y responsable del invento es Loipa Araujo, una destacada miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (y en el decir de muchos la sucesora de Alicia Alonso designada por el propio Castro), maestra de ballet, ex bailarina y montadora de repertorio de una cierta solvencia, con lo que se entiende menos aún el desequilibrio formal al usar la anticuada versión de Sergueiev (poco apta a estos manejos) en un corte y pega que más que suite tardorromántica se queda en poti-poti casero. Tampoco hay especial mérito en los efectos de luces, con esa manía del alcalde en teñir de fucsia, verde loro y amarillo canario la piedra venerable de los monumentos, una ensalada propia de carnavales, no de un gran ballet académico. El vestuario, de puro trámite, a la distancia, dejaba poco lugar a las emociones.
Tamara Rojo es una buena bailarina, solvente, impregnada de buena técnica y efectos potentes. Anoche se la veía bonita, menuda como es, acompañada de Carlos Acosta, un partenaire de firme pulso, elegante y seguro; ellos dominan el baile en pareja, pues lo hacen habitualmente en Londres, pero verles a ellos dos, que siempre es un placer, ni siquiera justifica todo este disparate.
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