El Cid en Sigüenza

Sigüenza no sólo huele a tomillo, cabrito asado y arte románico. Sus tierras también esconden la belleza silenciosa de la arquitectura islámica. Para rescatar del olvido sus piedras musulmanas, el Ayuntamiento y la Diputación Regional de Guadalajara han trazado la ruta seguntina del Cid. Un paseo que se enmarca en la ruta del Campeador -que arranca en Burgos y muere en Alicante- y que tiene un marcado carácter moro.

El recorrido circular, de unos 30 kilómetros, se estructura en torno a cinco monumentos de la época de la Reconquista: el castillo de Sigüenza, el torreón de Barbatona, el torreón de Bujarrabal, el yacimiento de Castilviejo de Guijosa y el cerro de la Quebrada. Una ruta cómoda que se puede recorrer en coche. Menos el castro de Castilviejo (en la localidad de Castilviejo de Guijosa), al que hay que llegar a pie. Protegido antiguamente por una muralla de seis metros de alto y un foso, los más deportistas subirán hasta su emplazamiento en la cima de un cerro.

Los folletos distribuidos en la oficina de turismo de Sigüenza guían al viajero por las manzanas rectas de la villa, las casas de buen sillar y a través de las encinas y los robles de la comarca. "Sigüenza fue un cruce de caminos que los musulmanes quisieron proteger de las incursiones de los cristianos del norte y de las revueltas de los bereberes que se negaban a pagar sus impuestos. Para lo que construyeron torreones", explica el diseñador del camino, el arqueólogo madrileño Ernesto García Soto.

Los paneles informativos invitan a viajar al pasado. A simple vista, el castillo de Sigüenza parece un recinto de sobriedad castellana. Pero, como confirman sus sillares de tizón, fue una atalaya musulmana. En el pueblo de Barbatona, el visitante imagina el temor que los 12 metros de altura del torreón (hoy menguado hasta la mitad) pudieron inspirar en el intruso. El fuerte de la pedanía de Bujarrabal -del siglo X y en ruinas- sirvió para vigilar el camino que enlazaba Sigüenza con Alcolea del Pinar y Molina de Aragón. Y ya en Sigüenza no sabremos si alzar la mirada para observar el vuelo de los buitres y cuervos, o bajarla para admirar los restos de otra atalaya musulmana.

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