Una ciudad solidaria
Si yo fuera alcalde de mi ciudad -uno de los cargos políticos más gratificantes, o al menos así me lo parece, porque puede mejorar de forma inmediata las condiciones de vida de muchos ciudadanos- me sentiría enormemente orgulloso, y con la responsabilidad de desempeñar con acierto el papel más difícil de mi vida. Lo haría sin dramatizar, sin exagerar la teatralidad de la política, con comportamientos que me hicieran creíble y merecedor de la confianza de todos los malagueños. De quienes no me hubieran elegido, también. No interpretaría un papel, sino que el papel consistiría en ser intérprete, en poner orden en las demandas de los ciudadanos y explicar las prioridades que escogería.
Es una tarea que abordaría en equipo y que, visto desde el sosiego de no tener que acometerla en toda su extensión, incluiría proyectos muy concretos: trataría de desbloquear el proyecto por el que el río Guadalmedina sería embovedado, con la consiguiente construcción sobre él de una gran avenida donde primen los espacios verdes; desarrollaría un plan integral para dotar a las barriadas con servicios públicos -parques, espacios deportivos, espacios culturales, accesos, etcétera- que ayuden a elevar el nivel de vida de sus vecinos; trataría de dinamizar la vida cultural de la ciudad facilitando espacios físicos para el desarrollo de estas actividades por los artistas autóctonos. Trataría de completar la incompleta arquitectura de la catedral de Málaga. Y trataría de estar en contacto continuo con los ciudadanos para desarrollar una ciudad humana, en la que sea fácil compatibilizar trabajo y calidad de vida; una ciudad solidaria y, por todo ello, orgullosa de sí misma.
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