Cara y cruz

La Moneta fue la cara de esta noche un tanto rara. Bailó como los ángeles. Hizo, sobre todo, un baile por siguiriyas que quitaba el sentido. Con nervio, con garra, con decisión sobre todo. Es bailaora menuda, pero en el escenario adquiere una presencia que subyuga. En las siguiriyas puede decirse que puso toda la carne sobre el asador, volcándose en un ritmo que abrasaba. Marcaba el compás sin pausa, llevándolo a unos cauces de emoción que raramente se presencian en un escenario. Parece mentira que una persona aparentemente frágil pueda mantener la tensión suprema de una manera tan uniforme y rica de pasos, giros y desplantes. La Moneta lo hace posible y con una naturalidad que deja perpleja a la audiencia, que vivió una noche -una parte de la noche- de verdadera conmoción. El cante que la acompañaba, y que fue responsable a la par que ella de tal maravilla, sobresaliente.

Por delante cantó El Pitingo, que fue la cruz de la noche. Él mismo dijo que introduciría novedades en su cante, sonidos negros por ejemplo, y se embarcó en una sucesión de cantes que no tienen mucha explicación. Distorsionaba los tercios, sacaba sonidos extraños de unos cantes que si los hubiera hecho como nos consta que él sabe hacerlo, hubiera estado mucho mejor. Así, lo único que quedó patente fue la capacidad del cantaor para sobrellevar el ridículo, que bordeó en ocasiones.