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Reportaje:

Barrera para las 'piedras sangrientas'

El sector de los diamantes quiere evitar que se usen para financiar guerras

Naiara Galarraga Gortázar

Los mandamases de la industria mundial del diamante, un centenar de hombres trajeados y alguna mujer, estaban ayer en Jerusalén. Pero ninguna piedra preciosa llamativa a la vista en la reunión anual del Consejo Mundial del Diamante. Las palabras más repetidas: diamantes sangrientos. Son las piedras en bruto que se extraen de zonas en conflicto y que han servido para financiar muchas de las salvajes guerras africanas. Y es el título de la película de Leonardo DiCaprio que las pasadas navidades acercó el tema al gran público. "Su estreno fue uno de nuestros mayores desafíos este año", reconoció Eli Izhakoff, presidente del Consejo. Desafío superado porque no disminuyó las ventas de joyas; y porque ha sido la excusa perfecta para que la industria se hiciera un hueco para explicar que desde 2003 lucha contra esta lacra. Para eso se creó el Consejo.

La ONG de defensa de los recursos naturales Global Witness duda de los controles del mercado

Y, si uno se cree a pies juntillas sus estadísticas, casi lo han logrado. El 99,8% de los diamantes en bruto con los que comercian -un negocio de 9.600 millones de euros anuales- son limpios. Sólo consideran sucio el 0,2% extraído en Costa de Marfil. Pero estos números tienen truco porque "no incluyen el contrabando", explicó en un receso Alex Yearsley, de la ONG Global Witness. Yearsley, orador presentado como un socio en la lucha contra los diamantes conflictivos, ejerció de abogado del diablo. Yearsley les dijo que van por buen camino pero que no quiten el ojo a Zimbabue, la República Centroafricana, la República Democrática de Congo, a Angola y a Venezuela.

Esos cinco y otros 66 países participan en el proceso Kimberley. Es un sistema, promovido por la industria del diamante, que desde 2003 certifica, con la colaboración de los Gobiernos implicados -incluidos algunos campeones de la corrupción- y de ONG, que un diamante en bruto no procede de una zona conflictiva. El Kimberley no afecta a las piedras pulidas. Cada vez que un cargamento cruza una frontera, y los diamantes traspasan muchísimas, el Gobierno de turno expide el certificado. Al que pesquen en uno de los países del club comerciando con diamantes sucios se le acabó el negocio de por vida, aseguran sus promotores. Lo expulsan inmediatamente de las Bolsas de Diamantes, donde se hacen las transacciones. En la de Ramat Gan (Israel), la de mayor movimiento del mundo, no han echado a nadie. Tampoco en muchas otras. El representante de Global Witness asegura que "para todo lo que ocurre han pescado a muy pocos". Una red en Ámberes (Bélgica), casos sueltos en Brasil, EE UU y poco más.

Yearsley destaca que los presentes en Jerusalén están comprometidos en impedir que las piedras sangrientas entren en el mercado. Dice que hace siete años hubiera considerado impensable que muchos Gobiernos permitieran inspecciones sobre el terreno. Hoy las aceptan. El problema son los ausentes. "Los malos no vienen a estas reuniones, pero esta gente los conoce", añade el activista, sin dar detalles.

También entre los jerifaltes del negocio hubo autocrítica. Abbey Chikane, presidente de la Junta del Diamante en Suráfrica, enumeró los puntos flacos del sistema Kimberley, que "ha logrado un tremendo éxito, pero es imperfecto". "Está basado en muchos supuestos. Que los Gobiernos y sus funcionarios no son corruptos, que los comerciantes de Tel Aviv, Dubai o Amberes no compran ni venden a nadie que no presente el certificado...". Chikane reclamó que todos se tomen el asunto muy en serio.

Incluso el presidente del Consejo Mundial del Diamante llamó a no dormirse en los laureles: "No podemos volver a los días en los que se pensaba que mirábamos hacia otro lado". Ésos son los días que retrata la película de DiCaprio. La guerra civil en Sierra Leona, que el anfitrión definió como "unas atrocidades incalificables perpetradas hace una década por los rebeldes contra una población civil inocente gracias, en parte, a la venta de diamantes obtenidos de modo criminal".

Un comerciante analiza un diamante en Israel el pasado martes.
Un comerciante analiza un diamante en Israel el pasado martes.N. G.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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