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Columna
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Lugares comunes

Hace unos días Iñaki Gabilondo intervino en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de Sevilla en la presentación de un libro dedicado a estudiar la imagen de Andalucía en los medios de comunicación y, tras recordar que, cuando él llegó a Sevilla a comienzo de los setenta, le sorprendió la baja autoestima de los andaluces, lo que le llevó a poner en circulación la leyenda Andalucía es una tierra antigua, grande, hermosa y sabia: siéntase orgulloso de ser andaluz, propuso una suerte de pacto entre todos los partidos y los agentes sociales, incluidos los medios de comunicación, a fin de que se ofreciera una imagen de Andalucía que dejara de ser la caricatura que con frecuencia se ofrece en los medios de comunicación nacionales. Algunos días más tarde el presidente de la Junta de Andalucía, en su intervención en los desayunos de un periódico económico en Madrid, abordó el mismo tema desde otra perspectiva, denunciando cómo se distorsiona la realidad económica de Andalucía al presentarla como una comunidad subsidiada, que vive de la ayuda de los demás y que no es capaz de valerse por sí misma. Ese lugar común, decía Manuel Chaves, es eso, un lugar común, que es muy dudoso que haya sido verdad alguna vez, pero que desde luego no lo es en absoluto en el día de hoy.

Los tópicos se fabrican con facilidad y se propagan a la velocidad de la luz. Después es muy difícil acabar con ellos. Especialmente cuando el proceso de creación de la opinión pública está tan centralizado como lo está en nuestro país, a pesar de que en algo también se ha visto afectado por la descentralización del Estado. Las páginas de información sobre las comunidades autónomas en los medios de comunicación nacionales son págimas de sucesos y no de información política y en ellas el sambenito sustituye con frecuencia al análisis.

Contra esto se puede hacer poco, aunque algo se debe hacer en la dirección que han indicado Gabilondo y Manuel Chaves. Pero se puede hacer poco. La ley del mínimo esfuerzo opera en este terreno como en cualquier otro y el recurso al lugar común facilita mucho el trabajo.

Lo importante es no interiorizar el prejuicio. Porque lo andaluces hemos contribuido a crearlo. El mayor ataque que se ha hecho al Parlamento de Andalucía como institución y a los parlamentarios andaluces individualmente considerados hasta la fecha no vino de fuera de Andalucía, sino que vino de Luis Carlos Rejón, cuando era diputado en el Congreso tras haber sido parlamentario andaluz, que afirmó en un programa de televisión que en el Parlamento de Andalucía no tenía que prepararse las intervenciones, porque el nivel era tan bajo que se podía permitir el lujo de improvisar, cosa que en modo alguno podía hacer en el Parlamento estatal. Y la teoría del llamado "voto cautivo" también nació en Andalucía.

No se trata de que nadie se tenga que morder la lengua y de que no se digan las cosas que se tienen que decir, pero sí de que no se contribuya, por pereza intelectual o por obsequiosidad hacia el poder mediático nacional, a prolongar la vida de lugares comunes que devalúan de manera significativa la imagen de Andalucía.

Es perfectamente posible hacer la crítica de la acción de gobierno sin tener que poner en cuestión la contribución de Andalucía en cuanto comunidad autónoma a la definición de la estructura del Estado y, por tanto, a la gobernabilidad del país. La autonomía andaluza ha sido un éxito y gracias en buena medida a que en Andalucía ha sido un éxito lo ha sido también en toda Espana. La crítica de la acción de gobierno no puede convertirse en una crítica de Andalucía en cuanto tal. Antes de decir determinadas cosas en el Parlamento o en los medios de comunicación, sería conveniente que esto no se perdiera de vista. Entre otras cosas, porque ese tipo de crítica es estéril para el que la pone en circulación. A veces tengo la impresión de que hay políticos que todavía no saben distinguir entre la Junta de Andalucía y el Gobierno de la Junta de Andalucía.

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