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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dos tazas serbias

Las malas noticias no suelen llegar solas cuando de Serbia se trata, aparentemente incapaz de salir de su lado más oscuro. La elección de un político fascista para dirigir el Parlamento del país balcánico ha sido acogida como un jarro de agua fría por la Unión Europea y la OTAN. Lo que es más grave, la llegada al cargo de Tomislav Nikolic, vicepresidente del ultranacionalista Partido Radical -su jefe, Vojislav Seselj, comparece ante el tribunal que enjuicia en La Haya los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia- ha sido posible con los votos de la formación del primer ministro saliente, Vojislav Kostunica, un equívoco nacionalista que parece dispuesto a mantenerse en el cargo sin importarle con qué apoyos.

Serbia celebró elecciones parlamentarias en enero, ganadas con mayoría insuficiente por los radicales, copartícipes del abyecto universo político del fallecido Slobodan Milosevic. Desde entonces, los dirigentes políticos serbios han sido incapaces de formar un Gobierno, lo que abocará a nuevos comicios si agotan el plazo del 15 de mayo previsto en la Constitución.

Tadic lleva al Parlamento de Belgrado un ideario espeluznante. Su partido se opone a la entrega a La Haya del general Ratko Mladic, el carnicero de Srebrenica, considerado todavía por muchos serbios un héroe nacional. La UE o el libre mercado obviamente no figuran entre sus preferencias. En este contexto, a años luz de cualquier credencial democrática, resulta sangrante que Serbia se apreste a ocupar esta semana la presidencia rotatoria del Consejo de Europa, el órgano que supuestamente vela por los derechos humanos en el continente. Es la penúltima muestra de la irrelevancia a que ha llegado una institución nacida para promover la democracia y el imperio de la ley.

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