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Columna
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Como Churchill, mejor que Churchill

Lluís Bassets

Merece la gloria, sin duda, y ahí está la última de sus victorias, quizás la más resonante, la paz en el Ulster. Pero merece también la denigración, como se encargan de recordárselo día tras día las espeluznantes noticias que llegan de Bagdad, capital descuartizada del país de todas las guerras civiles. Su culpa, voluntariamente compartida con Bush, es tan negra que lleva a ocultar el brillo de sus diez años como primer ministro. Quiso ser el mejor primer ministro de la historia del Reino Unido, y lo habría conseguido en caso de triunfar en la jugada más difícil y más arriesgada, la que le ha llevado a su perdición. Sin el GAL de las Azores, su cuota en las mentiras de la guerra, el empecinamiento con que ha seguido defendiendo la invasión y la degradación en su propio país y en toda Europa de las libertades individuales y los derechos humanos ocasionada por la guerra de Irak, Tony Blair anunciaría su retirada hoy convertido en uno de los mejores primeros ministros de la historia de su país. Pero a él no le bastaba con ser uno de los mejores, sino que quiso ser el mejor. Y así habría sido si la jugada nefasta de Irak le hubiera salido como le salió a su antecesor aquella jugada maestra contra Hitler.

Tony Blair se ha convertido en uno de los otros, un 'neocon', creyendo que la historia al final le daría la razón
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El blog de Lluís Bassets:

El periodista y escritor alemán Sebastián Haffner resumió en 1967 con rápidos trazos lo que ha significado Churchill para la historia: "Hasta 1940, la historia del mundo e incluso de Inglaterra resultarían concebibles sin Churchill (...) Pero en los años de 1940 y 1941, Churchill fue el hombre del destino. (...) En pocas palabras, sin el Churchill de los años 1940 y 1941 resulta perfectamente concebible que en estos mismos momentos Hitler septuagenario estuviera gobernando sobre un Estado pangermánico de las SS cuyo territorio se extendería del Atlántico hasta los Urales o tal vez más lejos". (Winston Churchill. Una biografía. Destino). Pues bien, Blair quiso ser, tras los atentados del 11-S, el hombre del destino. Sabía cuán difícil sería para Bush emprender en solitario la guerra preventiva contra Irak y se decidió a ponerse a su lado sin condiciones. Soñó jugar en relación a Sadam Husein y a la democratización de Oriente Próximo, incluida la paz entre israelíes y palestinos, un papel análogo al de su memorable antecesor respecto a Europa. Contribuyó a este sueño, en no poca medida, la metáfora abusiva trabajada por los neoconservadores amigos de Bush, a partir precisamente de una visión simplista del papel que jugó Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Bush, como un nuevo Roosevelt, sería de nuevo el liberador del mundo, ayudado por Blair, el nuevo Churchill. Había de nuevo un Eje del Mal (Irak, Irán, Corea), como antes hubo un Eje nazifascista (Alemania, Italia, Japón). También en medio, los apaciguadores, partidarios del diálogo y de la componenda, para repetir ante el terrorismo islamista la rendición de las democracias ante Hitler en 1938 cuando en Múnich entregaron Checoslovaquia. Y los judíos, en este caso Israel, amenazados por un nuevo Holocausto, ahora en manos de árabes y musulmanes. Pudo soñar, incluso, en las conferencias de reparto del mundo y en una recuperación de la influencia británica en África y Asia y, lógicamente, en la dirección de los asuntos europeos como único interlocutor de la única superpotencia por encima del continente de la debilidad y la cobardía.

El mérito de esta elaboración no es únicamente neocon. Tras la caída del comunismo, una entera generación de la izquierda europea se incorporó a la fabricación de los grandes consensos internacionales. Una buena parte ya apoyó la guerra de Bush padre contra Irak para restablecer el orden y el derecho internacional vulnerados por Sadam Husein al invadir Kuwait. Son muchos más todavía los que propugnaron el derecho de injerencia y la obligación de intervención humanitaria ante los genocidios y matanzas en la región de los Grandes Lagos o en Somalia. La nueva izquierda europea pidió y apoyó los bombardeos sobre Serbia y la liberación de Kosovo para terminar con la limpieza étnica. Ya con Bush hijo, inicialmente alérgico a las intervenciones humanitarias, estos mismos apoyaron la invasión de Afganistán bajo el paraguas de Naciones Unidas. Y punto, se acabó: ya no siguieron con la guerra preventiva, sin cobertura de Naciones Unidas, y fabricación de pruebas falsas. Salvo Tony Blair, que se ha convertido en uno de los otros, un neocon, creyendo que la historia al final le daría la razón. Luego, el mundo se ha hundido a sus pies. El derrocamiento del tirano, único argumento válido para la generación moral que quiso encabezar, se ha revelado ínfimo e inútil. Y las inmoralidades de una guerra inmoral han hecho el resto. Quiso ser como Churchill para ver si podía ser mejor que Churchill. Pero ha fracasado.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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