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Columna
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Cuidado con MacGyver

Las cuñadas de Homer sólo admiran a un hombre, a MacGyver. Lo tienen absolutamente idolatrado. Es la antítesis de su orondo y odiado cuñado, incapaz donde los haya, comilón, bebedor y más simple que una berza. Es tal esa idolatría, que cuando le obligan a prometer algo al pobre Homer se lo hacen prometer por su héroe. El problema de este héroe del que no parecen darse demasiada cuenta las dos solteronas, es que es de ficción, no existe en la realidad, es una fantasía, pero les sirve, cual instrumento mágico, para llenar sus solitarias vidas entre cigarro y cigarro.

Si se han dado cuenta, también Homer es un personaje de ficción, pero está tan cercano a lo que los hombres de carne y hueso somos que su caricatura sirve para definirnos mejor que muchos análisis objetivos. Los personajes de esa serie tienen la no desdeñable misión de estar ahí para que nos comparemos continuamente con ellos. Y qué decir de los polis de Springfield, y especialmente de su también orondo jefe Wiggum, bastante cortito él -tiene un niño todavía más tonto, Ralph-, que a veces nos desasosiegan porque nos tememos que son sacados de la realidad. Pero es ficción.

Si los comerciantes de Indautxu, me lo estoy imaginando, le hubieran ido al jefe Wiggum quejándose de los robos en sus comercios y éste les hubiera contestado lo mismo que los encargados de la seguridad del Ayuntamiento de Bilbao -"pongan seguridad privada"-, nos hubiéramos tronchado de risa, pero ha pasado de verdad. Que es como ir al hospital y que le manden a un curandero. ¿Para qué pagamos impuestos y a una de las policías más caras del mundo?

Vista esa contestación en un periódico me ha parecido brutal, percibiendo en la misma un cierto olvido del origen y la razón por la que los guardias municipales son guardias y la autoridad municipal lo es. Un cierto olvido de que son lo que son por acuerdo y delegación de los que van a pedirles protección, de esa ciudadanía, y si cobran es porque esos mismos pagan los impuestos. "Pongan seguridad privada", recomiendan, o entregan un folleto con sabios consejos como que en caso de dar a probar unos zapatos sólo entreguen uno para que no pueda huir el presunto ladrón con el par, salvo que sea un hábil cojo. Digno el consejo del niño tonto que dice que su padre es poli. Lo denunciaba con toda razón como un disparate Txema Oleaga.

Ya ha llegado la Administración local, que dicen es la más cercana al pueblo, a convertirse en un fin en sí misma. Nos aconseja que nos busquemos la vida, asumiendo ella sin pudor su incapacidad, y, quizás, después de haber promovido con algún político una empresa de seguridad donde ofertar el servicio que el ciudadano demanda: "Mire, tengo por aquí una tarjeta donde le pueden resolver el problema, son muy baratitos..." Y no es que nos encontremos ante una situación de emergencia, aparecida repentinamente, sólo resoluble con instrumentos ajenos. Se veía venir desde hace tiempo en ciudades más meridionales. No ha habido ni previsión, ni menos aún capacidad de organización, y hasta el centro de Bilbao se ha desplegado ya la delincuencia. Los grandes comercios podrán hacer frente al coste de la seguridad privada, pero para los pequeños será una razón más para cerrar.

Y entonces aparece cualquier político y dice la de Perogrullo: que harán frente al problema poniendo más policías. No se lo crean; no por mayor número se suelen resolver estos problemas si no es con otra organización y otro talante. Nueva organización, frase más temida por los funcionarios que las plagas de Egipto, porque si algo es conservador, créanme ustedes, es la Administración. Con más policías tendremos más policías, no la solución del problema. Con otra organización pensada para resolver ese problema quizás se empiece a resolverlo, quizás se les vea más por la zona y se empiece por lo fundamental en toda oferta de seguridad: la persuasión y la sensación de seguridad. Sin organización nueva, por muchos más guardias que tengamos los tendremos a otras cosas muchísimo más importantes, según ellos, que a evitar que haya rateros en los comercios.

Así que, queridos míos, no tomen como modelo a seguir las situaciones que describen Los Simpsons, que eso es ficción. Pero mírenla, y no sólo en lo cotidiano se verán reflejados. Lo gordo es que ni siquiera a sus guionistas se les hubiera ocurrido poner en boca de su jefe de policía, el que tiene el niño tonto, la recomendación a los comerciantes de que sólo brinden a sus clientes un zapato. La realidad, sobre todo en tiempo electoral, supera a la ficción (o nos venden ficción como si fuera realidad y viceversa). Cuidado con MacGyver.

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