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Columna
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Galicia, planeta cercano

En las últimas semanas ha vuelto a brillar un cierto optimismo científico y mediático a propósito del descubrimiento de un nuevo planeta. Se trata del Gliese 581c y la alegría astronómica es porque se trata de un planeta "tipo tierra", en el que parece posible que por distancia, temperatura y presencia de agua se pueda detectar y desarrollar la vida inteligente, paradójico apelativo que refiere la vida humana de los terrestres.

Uno no entiende bien el entusiasmo por este tipo de noticias, como tampoco por la detención de la Pantoja o el nacimiento de una infanta, aunque el nuevo descubrimiento parezca aliviar a muchos del desgarro (también mediáticamente hipertrofiado) por la salida de la lista oficial de plantetas del presunto, ahora desarticulado, planeta Plutón. También a esa excitación contribuye el hecho de la proximidad del nuevo planeta que parece alentar esta nueva recalificación del sistema solar. Podrán protestar los promotores de Marina d'Or por considerar el hallazgo una flagrante competencia cósmica desleal pero, como gallegos, creo que debemos reflexionar de forma conspirativa para emular el márketing de la epifanía del nuevo astro, apoyándonos sin duda en la naturaleza periférica, tan gallega, de Gliese 581c que lleva a la comunidad científica a proclamar que está "en las afueras del sistema solar". Como toda buena mercadotecnia este pensamiento tipo Nueva Frontera para Galicia debe contener altas dosis de autoestima, algo que para el ser humano, incluido el gallego, resulta tan imprescindible como el agua. Si tan distante territorio cósmico que orbita en torno a una inefable estrella "enana roja", a bastantes menos años luz de la esperanza está la posible inclusión de Galicia en el inventario de planetas cercanos, porque la órbita más eficaz, rápida y diáfana es la que nos hace girar alrededor de nostros mismos y a la vez del universo.

Para empezar, y moviéndonos por el mismo principio legal de que el desconocimiento de la existencia de las leyes no nos exime de su cumplimiento, propongo que se declare obligatoria para toda la ciudadanía de Galicia la identificación de nuestro clima como el mejor clima del mundo, entre otras cosas porque es el que irremediablemente tenemos.

Si toda la energía y tiempo que los gallegos desarraigados destinan a lamentarse de nuestro clima se aplicase en I+D+i de progreso, seríamos sin duda una primera potencia. Nosotros mismos no podemos ser forasteros en nuestra tierra. Hace unos días, a la puerta de un hotel de Galicia, escuché la conversación telefónica de una visitante con alguien próximo: "Estoy desesperada, llevo cuatro días en Galicia y no he visto el sol". Pues, si lo que busca es sol seguro, váyase al Sáhara, señora, pienso, pero no me atrevo a decirle por afán hospitalario. La lluvia, la niebla fugaz, las temperaturas suaves constituyen por primera vez una ventaja competitiva y estructural para Galicia en medio del caos creciente del cambio climático universal al que se refieren en inglés como "calentamiento global".

Me regocijo pensando en la desesperación de todos los delincuentes urbanísticos de la costa mediterránea cuando sus chalés sean inhabitables por la temperatura exterior prevista para fin de siglo en el entorno de los 50 grados. Pemítaseme la exageración que está en la base de todas las pulsiones positivas: igual que la universal Rosalía de Castro confiesa de forma ingenua pero enérgica en el prólogo de sus Cantares Gallegos que la motivación para escribir en gallego y sobre su propio país es para proclamar su belleza natural y vengar a sus detractores, el pensamiento de una Galicia como el planeta más cercano a nosotros mismos nos debe servir para dignificar nuestra condición periférica y ser el centro de nuestro propio universo. Porque todavía hay un argumento más a favor de la emulación del Gliese 581c y es que, por razones que no acierto a comprender, allí el tiempo pasa rápido y resulta algo así como que dos años terrestres duran 15 días y, si acaso, esa aceleración cronométrica es lo que necesitamos para recuperar el tiempo perdido.

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