No se puede ser bueno
Si la inventora de la palabra mileurista hubiera cobrado derechos de autor, a estas horas nadaría en la abundancia. Pero lo más probable es que Carolina Alguacil siga tan pobre como aquel día del pasado mes de agosto en el que nos habló de la existencia de un grupo social cuyos componentes tenían en común la edad (en torno a los 30), los estudios (universitarios), los idiomas (dos o tres, a veces más), los máster (muchos), el gusto por la ciudad, así como la imposibilidad de ahorrar, de tener hijos y de independizarse (viven con los padres o comparten piso).
Lo hizo a través de una carta al director en la que se refería a estas personas que ganan en torno a los mil euros con el nombre de mileuristas (una vez más el huevo de Colón), palabra que desde la publicación de su carta en estas páginas se ha repetido tanto que forma parte ya de nuestro acervo, que diría un cursi (un lingüista diría que está a punto de lexicalizarse).
Hay sucesos que atraviesan la realidad sin pasar por el lenguaje y sucesos que atraviesan el lenguaje sin pasar por la realidad. España, por poner un ejemplo, se ha roto mil veces en el lenguaje durante los últimos tres años, pero ninguna en la realidad. En cambio, esa generación de mileuristas estaba en la realidad, pero no en el lenguaje hasta que Carolina Alguacil le puso nombre, como Dios a los animales, y cayeron sobre ella los estudiosos del comportamiento, que, tras catalogar al espécimen, describieron su hábitat, sus costumbres sociales y venéreas, su formación, su grado de ansiedad, su modo de comunicación con el mundo...
De este modo supimos que comen en restaurantes asiáticos de a siete euros el menú, que tienen trabajos inferiores a su preparación académica, que comparten piso y nevera con otros mileuristas, con los que a veces se aparean sin efectos reproductivos, y que si bien al principio la situación les hace gracia (casi todos conocen la serie Friends), a medida que pasa el tiempo la angustia los devora de dentro a afuera, en plan termita. "No sé qué va a pasar conmigo", decía Carolina a un redactor de este periódico que fue a hacerle un reportaje.
España no se rompe, en fin, pero se desmiga en estos jóvenes que a partir de los 35 años son arrojados al cubo de la basura con los restos del festín capitalista al que han servido de postre. El postmileurista no sirve ni de comida para el perro, cuyo estómago es inhábil para la digestión de idiomas, máster, erasmus y demás títulos o becas que forman parte de su anatomía. Se los lleva el viento sin que hayan montado un sindicato, hecho una revolución o, más sencillamente, trabajado en lo suyo. Las barras de los bares de moda están llenas de publicistas, médicos, abogados, ingenieros y psicólogos capaces de maldecir en todos los idiomas comunitarios. Perra vida.
Seguro que usted tiene un mileurista a mano: su hijo, su hermano, su cuñada, su vecino (su padre no, ya hemos dicho que no se reproducen). A veces se les ve en grupo, por la calle, manifestándose por el precio de la vivienda con carteles que dicen "un riñón por una habitación", "no tendrás una casa en tu puta vida", "stop a la especulación", o "aquí no hay quien viva". Son gente pacífica, pues con su tamaño y un poco de organización podrían montar el pollo. No se puede ser bueno.
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