'Bicing'
Me escribe el alcalde: "Et vull donar la benvinguda al Bicing, el nou sistema individual de transport públic a Barcelona". El temible gerundio anglosajón invade nuestras latitudes sin que nadie parezca preocupado por la ecología de la lengua y los perjuicios derivados de la implantación de especies foráneas. En cualquier caso, el palabro da buena cuenta de que el sistema es importado. No de Inglaterra o de Estados Unidos, como parecería sugerir, sino de Francia: en Lyón hace tiempo que funciona este servicio, y en ese modelo se ha basado el Ayuntamiento para implantarlo en la ciudad. El principio es sencillo: poner a disposición de la ciudadanía, en puntos cercanos a paradas de metro y autobús, un parque de bicicletas públicas para el pequeño desplazamiento a tarifas muy convenientes. Hasta julio hay un precio de lanzamiento para suscribirse al servicio de seis euros, que da derecho a todos los viajes que se realicen durante el año siguiente. Después, el abono anual costará 24 euros.
Darse de alta por Internet (www.bicing.com) no es complicado, siempre que uno acierte a transcribir correctamente los 16 dígitos de la tarjeta de crédito. (Hay también un teléfono que atiende a los no familiarizados con las nuevas tecnologías: 902 31 55 31). Al cabo de unos días te escribe el alcalde a casa, adjuntándote la tarjeta de usuario y razonando que "aquesta nova manera de moure'ns per la ciutat, juntament amb la millora del transport urbà, l'ampliació dels carrils bici, les Zones 30 de conducció tranquil·la i la nova Ordenança de Circulació, contribuirà a una convivència més amable i segura entre les diferents formes de desplaçament". Se diría que estamos de elecciones. Pues vale, no me meto con todo lo demás, pero la ampliación de los carriles bici durante este mandato ha sido una minucia, apenas cuatro kilómetros nuevos, algo que no casa con los últimos datos facilitados por la encuesta de movilidad: 47.000 ciudadanos se desplazan cada día en bicicleta, una cifra que crecerá mucho más cuando se extienda este nuevo servicio (en Lyón prácticamente no se ven bicicletas privadas, todo el mundo utiliza las públicas). Como no se extienda y se mejore la red de carriles para ciclistas vamos a tener disgustos.
Pero a lo que íbamos, que es a la cosa empírica. Me planto ante una de las estaciones, una que está junto al diario, Consell de Cent con Rambla de Catalunya. Un joven pasa mi tarjeta por el visor del poste de diseño y me comunica que tengo la 22 a mi disposición. Desanclar la bicicleta es coser y cantar. Se trata de un modelo de doble barra baja, en vistosos colores rojo (los tubos) y blanco (los guardabarros). El manillar es en uve. La rueda trasera es de radio grande, la de la delantera, medio, y las anchas cubiertas, made in Taiwan. El cambio es del tipo americano (dentro del eje), un Nexus de puño de tres marchas. Frenos de pastilla convencional, bien tensados, asiento de altura fácilmente adaptable. Vamos allá.
Desciendo por la Rambla de Catalunya, entre los torsos y los bustos ciclópeos de Mitoraj, y sigo Ramblas abajo, un trayecto muy poco pacificado en el que hay que sortear vehículos mal aparcados y camiones de descarga a cada momento. La bicicleta, de acero y aluminio, es muy ligera y la postura de conducción, muy cómoda. La primera velocidad apenas tiene utilidad, salvo para repechones muy aislados (el 80% de la superficie de la ciudad está en llano). La segunda es muy elástica y la tercera permite dar un buen impulso. A la altura de Ferran tuerzo hacia Sant Jaume y en la plaza de Sant Miquel, frente al edificio nuevo del Ayuntamiento, encuentro la primera estación de bicing. Controlo la hora: llevo apenas 15 minutos, tengo otros 15 a disposición dentro del precio del abono (si supero este tiempo, hasta un máximo de dos horas, pagaré 30 céntimos por cada media hora suplementaria; si me excedo de esas dos horas, me gano un aviso, y al tercero, Dios no lo quiera, me anulan mi preciada tarjeta). Decido seguir bajando por Ciutat, luego Regomir, luego Marquet, desemboco en el paseo de Colom y tomo la dirección Besòs. Ante la estación de Francia encuentro una nueva parada y decido darme un reposo. Sólo hay otra bici disponible. Me paseo un rato por los andenes de la estación, bañados por esa luz mágica que Català-Roca inmortalizó, y me dispongo a seguir la ruta. La bici que he dejado ya no está. Intento hacerme con la que queda, pero el poste no me da permiso. Por suerte, en ese momento llega un caballero y deja su bici. Esta vez el poste se apiada de mi y me autoriza la maniobra. Pero la bici de ahora ya no es tan impecable como la de antes: el freno delantero está bastante menos tenso. En el paseo de Lluís Companys paso frente a otras dos paradas, una junto a la Ciutadella, la otra en el Arc de Triomf. Prosigo el ascenso por el paseo de Sant Joan y tuerzo por Diputació. En esa calle me adelanta otro bicing que me lanza una mirada cómplice. Llego al puesto de Consell de Cent y devuelvo la bici. Me espero a que la luz del anclaje se ponga roja, no vaya a ser que algún listillo la birle y me las cargue yo.
Dice el alcalde en su nota que he contribuido a hacer Barcelona "més habitable i sostenible". Se nota que está en campaña. Para mí la cosa se resume de forma más pedestre: un invento muy cómodo.
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