Que no enreden
YA RESPONDIÓ al atentado de Barajas con la meridiana claridad que para sí hubiera querido algún miembro del Gobierno, a comenzar por su presidente. Cuando se le preguntó si aquel célebre proceso de paz podría reanudarse, el presidente del PNV, Josu Jon Imaz, contestó: "¿Nos hemos vuelto locos?". Su condena del atentado de Barajas no se limitó a una mera declaración de suspensión del proceso, ni a consideraciones moralizantes, ni pretendió tampoco cargar ninguna responsabilidad sobre nadie más que sobre ETA. Que una declaración tan rápida, tan inequívoca y tan cargada de consecuencias políticas no saliera de ningún portavoz gubernamental resaltaba todavía más la singularidad y el valor cívico de la reacción de Imaz.
Podría temerse entonces que una golondrina no hace verano, y que ya habría ocasión de que retornaran las consabidas ambigüedades, equidistancias, compresiones, que durante años caracterizaron la doble moral que el nacionalismo vasco moderado reservaba para su pródigo hijo extremista. Pero no ha sido así. Quien haya tenido la curiosidad de seguir las declaraciones de Imaz desde la ruptura del proceso hasta hoy no puede dejar de celebrar el hecho de que, por vez primera en no sabe cuánto tiempo, nos llega desde la sede del PNV un lenguaje claro, directo, nada metafórico ni equívoco: lo que suele decir Imaz supone una bocanada de aire fresco entre la banalidad del discurso gubernamental y el dale que te pego del discurso de la oposición.
Ese lenguaje tiene que ver, ante todo, con ETA, pero también con Batasuna y con la legitimidad que, hasta muy recientemente, disfrutaba en amplios sectores de la sociedad vasca. En ningún caso, sostiene Imaz apuntando al meollo del discurso de Batasuna, el terrorismo es consecuencia de ningún conflicto político. Ah, si hace treinta, veinte, diez, cinco años hubiera el PNV llamado terrorismo al terrorismo y lo hubiera desvinculado por completo de un supuesto conflicto; si hubiéramos oído a políticos, obispos, intelectuales nacionalistas una condena directa del terrorismo sin estribillos ni equidistancias. Nadie en el nacionalismo ha dicho respecto a la violencia lo que Imaz acaba de declarar al Diario Palentino: "Lo quiero dejar bien claro: no tengo centralidad ni ambigüedad".
La consecuencia política de esta irreprochable actitud es también clara: como el terrorismo no es producto de ningún conflicto, no es posible hablar con ETA. "No vamos a negociar proyectos políticos con ellos de ningún tipo si no hay un final previo de la violencia", ha dicho Imaz en el reciente encuentro del Foro de la Nueva Economía. Con un añadido dirigido a la gente de Batasuna: "Que se olviden de nosotros si no son capaces de hacer política". Y de nuevo en una actitud que alguien en el Gobierno debía tomar como ejemplo, ha pedido que no se lancen "señales equívocas" y ha dirigido a Batasuna la única recomendación posible: que no enreden; que si quieren presentarse a las elecciones, ya saben lo que tienen que hacer.
Como los virajes en los partidos políticos no son cosa que suceda cada día y como este discurso del presidente del PNV significa un viraje, es inevitable preguntar si responde a una posición mayoritaria en el partido que lidera y si afecta a contenidos tradicionales del discurso nacionalista en lo que se refiere a sus objetivos a largo plazo. De lo primero, ya sabrá medir Imaz la solidez de sus apoyos; de lo segundo, es claro que se sitúa en un horizonte diferente al que llevó al lehendakari a proponer el Estatuto rechazado por el Congreso de los Diputados. El PNV adopta un discurso por así decir catalán: Euskadi, más que como pueblo que lucha por su independencia, aparece como nación que pretende ver reconocida su entidad nacional en un Estado plurinacional por medio de una negociación cuyo resultado final exige un apoyo superior al del Estatuto; superior quiere decir, según Imaz, una mayoría en la que se incluya también el PP.
Se podrá responder con un gesto de cansancio a la imperecedera cuestión del Estado plurinacional, sobre todo ahora que Maragall amenaza con una declaración cada tres días sobre la verdadera España plural, frustrada por sucios manejos madrileños; se podrá denunciar que tras ese lenguaje se mantiene la práctica de construir nación con sus estrategias de exclusión y reducción de diferencias; se podrán sospechar segundas intenciones. Pero una cosa es clara: Imaz ha dado un vuelco al discurso político nacionalista. Sería suicida no prestar atención, empantanados como estamos por aquí en un tipo de juego tan ridículo, tan estúpido que, entre otras maravillas, impide a una ministra y a una presidenta de comunidad asistir juntas a la inauguración de una estación de metro. Pues eso, ¡que no enreden!
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