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Tribuna:LA VISIBILIDAD DE LA POBREZA
Tribuna
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¿Pobres o endeudados?

El discurso del último Premio Cervantes, el poeta Antonio Gamoneda, da pie a la autora para reflexionar sobre la consideración social de la pobreza.

El discurso del poeta Antonio Gamoneda en presencia de los Reyes, ante una audiencia nutrida y multiplicada por micrófonos y cámaras de televisión, fue no solo la aceptación emocionada del Premio Cervantes, sino el reconocimiento de una vida de carencias que no le ha impedido ser gran triunfador de las letras castellanas. Sus palabras ("La pobreza ha marcado mi vida y mi obra"), describiendo las circunstancias que determinaron su vida, parecen un exorcismo espacial y temporalmente lejano. Sugieren tiempos para el olvido.

Su humildad, realismo y cordura sorprendieron al auditorio por su sinceridad sin afectación, ni pretensiones. Mientras Gamoneda no renuncia a la memoria de pasadas necesidades, a otros incomoda la sola hipótesis de que las penurias convivan junto a ellos, boicoteando su visión de un mundo del bienestar, en continuo desarrollo.

Los pobres disponen de un móvil de penúltima generación, televisor de plasma y una hipoteca para el resto de la vida
Ser pobre abiertamente es hoy un estigma social. La pobreza ha perdido la funcionalidad de ser común y compartida

El testimonio veraz de Gamoneda, sin retóricas, ha recuperado para el uso cotidiano la palabra pobreza, hace tiempo desterrada de nuestro vocabulario sociológico, porque hemos devenido en un país rico. Los pobres, ya no son pobres porque se sienten ricos. Disponen de un móvil de penúltima generación, televisor de plasma y una hipoteca que les inmoviliza para el resto de la vida. Se desconciertan si se les recuerda que son pobres y que su pobreza rutilante contribuye a la pobreza miserable de otros muchos, e incluso de la suya propia.

El poeta, lúcido, se sabía "alienado" por las circunstancias del trabajo y de su vida. Hoy, esa palabra considerada un arcaísmo ideológico, circula clandestinamente. Quizás, más peligrosa que nunca, porque se enmascara tras una prosperidad dirigida que debilita la crítica y reblandece la tensión moral, siempre necesaria a la justicia.

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Nuevas generaciones de individuos se evaden de su vida, seguramente menos dura y estrictamente menos pobre, pero igual de alienada, persiguiendo una oportunidad de felicidad, de juego, o de sentido. Diariamente se recrean, en versión poco original, vidas paralelas que brotan, híbridas, en los nuevos paraísos virtuales de Second Life. Fantasías necesarias, hasta terapéuticas, surgidas de una abundancia que no llena. La tecnología y los medios económicos sirven, como siempre, de adormidera colectiva, que cambia de modos pero no de proyecto.

La miseria es alienante, al igual que las expectativas voraces de consumo sostenido. Miseria y abundancia precaria son, ambas, caras de la misma pobreza. Contra la primera se lucha por salir a cualquier precio, incluso emigrando, poniendo en cuestión la vida o la familia. De la segunda no siempre es posible evadirse, porque no percibimos el riesgo con igual peligro, oculto como está bajo una apariencia de abundancia dichosa que distrae del elevado precio que exige mantenerla.

La miseria empuja hacia la supervivencia o degrada hasta la apatía. La abundancia precaria es menos dinámica y deriva hacia la adicción consumista que aplaca tensiones, paraliza iniciativas y magnifica riesgos. Dependemos de empleos precarios y evanescentes propiciados por teorías macroeconómicas que se formulan con precisión y sin concesiones, sea cual sea el costo que haya de pagarse humanamente.

Hasta el 1 de mayo, Día del Trabajo, ha perdido gran parte de su carga reivindicativa. La única reclamación social que se percibe mayoritaria se les plantea a los meteorólogos, exigiéndoseles precisión en sus pronósticos sobre la bonanza o inclemencia del tiempo durante los días del largo puente que habitualmente la fecha propicia.

Hoy, ser pobre abiertamente es un estigma social. La pobreza, nos avergüenza, ha perdido la funcionalidad de ser común y compartida, y si no se enmascara es excluyente, lo que la hace doblemente penosa. No existen pobres, tan solo personas enredadas en una espiral de endeudamiento renovado, mensual e indefinidamente.

Sólo el poeta es capaz de hablar abiertamente de pobreza para denunciarla, pero también para prenderla en su vida como una condecoración estimulante y creativa. Sólo el poeta da fe de su pedigrí humilde, con la misma orgullosa nobleza con la que otros dan testimonio de su cuna aristocrática.

Reconozco no haber leído, hasta el momento, nada de Antonio Gamoneda, pero hablar llana, abiertamente, de la pobreza que a él le tocó vivir, sin eufemismos y sin resentimiento, me predispone hacia su obra.

Rosa Sopeña es comunicadora.

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