¿Cultura sin ministerio?
¿Es la primera vez que la cultura no interviene en el debate presidencial francés? No, pero sí es la primera vez en que los dos principales candidatos -la socialista Ségolène Royal y el liberal conservador Nicolas Sarkozy- dan a entender que quizá convenga suprimir el Ministerio de la Cultura, una invención, en su versión moderna, del general De Gaulle y de su caución intelectual, André Malraux. Sin embargo, ella se dice "consciente del valor simbólico que tiene ese ministerio en nuestro país" y él propone "un acercamiento entre los ministerios de Cultura y el de Educación". Los dos han hablado largo y tendido de Educación, los dos tienen proyectos para devolver la enseñanza pública, laica y gratuita su prestigio. Y los dos han insistido en la importancia de invertir en investigación pero de cultura, eso que queda una vez se ha olvidado todo lo que nos han enseñado, de eso, apenas han hablado.
Cómo no, la socialista quiere "democratizar el acceso a la cultura", pero sólo se interesa por ella porque "crea puestos de trabajo, valor añadido y vínculo social". Sarkozy, como buen candidato de la derecha, recuerda que "con 4.000 millones de euros podríamos devolver todo su esplendor al conjunto de nuestro patrimonio monumental, es decir, 490 edificios o esculturas importantes". Luego, como amigo que es de los principales accionistas de la televisión privada, propone que los canales públicos "programen verdaderas emisiones literarias, retransmitan conciertos y montajes teatrales". Y que dejen la audiencia y la publicidad en manos de esos amigos.
En el terreno del cine aparecen más claras las diferencias. Por ejemplo, confrontados al dominio del mercado por parte de los grandes grupos gracias a los estrenos masivos que monopolizan las pantallas, Ségolène Royal considera "inquietante ese fenómeno de concentración" y quiere que los profesionales lleguen a un acuerdo para limitar el número de copias, pero ya reflexiona sobre "la generalización de la tecnología numérica y la desaparición de la película". Nicolas Sarkozy "no es favorable a las prohibiciones o a la limitación del número de copias en circulación porque el cine ha de ser el terreno donde mayor sea la libertad de expresión".
Donde mejor queda reflejado lo que representa la cultura para uno y otro y lo que cada uno de ellos simboliza para el mundo cultural puede que quede bien resumido en las listas de nombres que respaldan las candidaturas, pero aún más en el público de sus mítines: blanco y encorbatado el de él; mestizo y multicolor, el de ella.
En líneas generales puede decirse que los jóvenes o los de menos de 40 años votan S. Royal y la gente madura se inclina por N. Sarkozy, un candidato del que el filósofo Michel Onfray -que vota en blanco- ha hecho el mejor retrato: "Al entrevistarle me sentí como Séneca en casa de Nerón. Sarkozy es un hombre que no sabe gobernarse a sí mismo y por eso quiere gobernar a todos los demás".
Babelia
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