El otro amigo Fritz
Si fue por homenajear a Fritz Lang, el visionario de Metrópolis, o al desaforado amigo Fritz de Erckmann-Chatrian, nadie lo sabe. Pero un buen día el ciudadano Ricardo Olivera empezó a firmar así, Fritz, y en Cádiz los motes se quedan. Lo preocupante fue que, con el sobrenombre, adquirió el vicio de dibujar a todas horas y en cualquier parte, y en lugar de hacer lucrativos retratos al natural, marinas y torres-miradores, se empeñó, como un Bill Gates avant la lettre, en contar el mundo a través de las ventanas.
De entre la ya larga producción fritziana, recomiendo la serie Las criaturas de la tierra incierta, un catálogo de seres fantásticos a caballo entre la Divina Comedia y Tod Browning, pasando por Magritte, Kafka y Lewis Carroll. Las dudas y las miserias cotidianas, licuadas en el pasapuré de la ternura, quedan reflejadas en estas viñetas con formidable elocuencia. Parece tan fácil como dibujarle rabo y cuernos a la vida. Pero para eso, primero hay que saber dibujar la vida. Hay que saber mirarla.
En Andalucía, Fritz lo sabe, dibujar cómics ha sido una de las formas más dignas de ser pobre, y una de las más eficaces para despertar las sospechas del quiosquero, pues nadie puede ver con buenos ojos a un tipo que, cumplidos los treinta, opte por los tebeos frente al Marca o el Playboy. Ignorados por los medios masivos, despreciados por los artistas de pedigrí, sólo unos pocos elegidos, como el superviviente del underground Nazario o el supermán sanroqueño Carlos Pacheco, lograron ganarse la vida en estas faenas. Pero todos, los consagrados y los aspirantes, siguieron dibujando, urdiendo fanzines -el de Fritz, Radio Etiophia, lleva más de una década dando la batalla-, conociéndose en los foros. Y poniendo nerviosos a los quiosqueros.
Me impresionó saber que, cuando el periódico local donde Fritz publica regularmente una tira cómica decidió prescindir de sus servicios, se promovió una recogida de firmas por los bares para exigir su inmediata restitución. Las criaturas de la tierra incierta -en este caso de la noche gaditana-, quienes aprendieron a soñar con Mortadelo y Lobezno, el Capitán Trueno y el Tío Creepy, Tintín y Astérix, Torpedo y la Gorda de las Galaxias, Makinavaja y las morenas de Milo Manara, lograron evitar que el silencio cayera sobre el tintero del dibujante. Por una vez la Humanidad salió en defensa del héroe, y venció.
No creo pecar de optimista si digo que, mirando a las próximas décadas, pocas armas vienen tan cargadas de futuro como el cómic. Y no porque los museos estén abriendo sus puertas a las viñetas, se instituya por fin un Premio Nacional o el Salón de Barcelona salga en el telediario. Si este arte ha sobrevivido a tantas décadas de ostracismo y marginalidad, ya ni el abrazo letal de Galactus, el Devorador de Mundos, podrá acabar con él.
Alejandro Luque es autor del libro de relatos La defensa siciliana (Algaida).
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