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Reportaje:JOSÉ LUIS MAGALLARES

"Me sentí en una ratonera; creí que iba a morir ahogado en el túnel"

Daniel Verdú

Media vida le pasó por la cabeza mientras su coche se hundía en una balsa de lodo en un túnel de la M-30. Se acordó de su familia y de sus amigos. Y de aquel 15 de febrero de 1991, cuando la explosión voló por los aires el patio de casa de su abuela y le arrancó las dos manos. Estaba probando mezclas de pólvora para fuegos artificiales. Sólo le quedó el dedo índice del muñón derecho. "Murphy se ha cebado conmigo. He tenido una suerte muy particular". A las cinco de la tarde del sábado llovía a cántaros y José Luis Magallares, ex artificiero del ejército de 37 años, volvía del hospital Gregorio Marañón de ver a su sobrina recién nacida. Conducía su coche adaptado para discapacitados en dirección a su casa, en Vallecas. "Para acortar", cogió el túnel de la M-30 inaugurado hace un año que une está vía en dirección sur con la A-3. El semáforo de la entrada estaba verde. "Un cartel a mitad del túnel avisaba de balsas de agua", recuerda. "Pero no había más advertencias". De repente, se metió en una piscina de lodo en el carril izquierdo. Y ahí se quedó.

"Vi que nadie iba a sacarme de allí. Me dije: 'José Luis, échale cojones y apóyate en los muñones", recuerda.
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El agua entró en el tubo de escape y el motor dejó de funcionar. Taponado el carril izquierdo, los otros coches le sorteaban por la derecha. Nadie se detuvo. "Uno incluso me dio un golpe". De repente, se quedó sólo en el túnel. "Debieron de encender la luz roja del semáforo o algo así, pero ya no pasó ningún vehículo más".

Al principio no quiso abrir las puertas del coche para que no entrara el agua. Luego, ya no pudo. "Llamé al 112. Les dije en la situación que estaba y que soy discapacitado. Me dijeron que estaban muy ocupados y que mandarían a alguien lo antes posible". El coche se hundía más. "Pensé que iba perder el sistema eléctrico de un momento a otro y bajé la ventanilla para no quedar atrapado". Todo, menos su Citröen Xsara, empezó a flotar. "Tenía una angustia terrible. Me sentí en una ratonera y creí que iba a morir ahogado en el túnel".

Según su versión, unos 20 minutos después de haber llamado al 112, apareció un equipo de mantenimiento de la M-30. Una dotación con aspecto de cuerpo de bomberos, pero sin el equipo ni la preparación adecuada. "Tienen el corazón muy grande, pero muy pocos medios". Así que tras oír la voz de una chica, que le dijo que se llamaba Natalia y le preguntó si "tenía piernas", José Luis salió por la ventana usando sus antebrazos como palanca y chapoteando unos metros. "Nadie iba a sacarme de allí. Me dije: 'José Luis, échale cojones y apóyate en los muñones". Y con esa fórmula y la ayuda final de la empleada de mantenimiento, que esperaba fuera con el agua ya por encima del pecho, consiguió llegar a la orilla de la balsa de lodo. Desde ahí, 40 minutos después de entrar en el túnel, vio cómo su coche terminaba de hundirse por completo.

Ayer denunció en el juzgado de instrucción al Ayuntamiento de Madrid. "Esos túneles son ratoneras. No son seguros", exclama muy nervioso a las puertas de los juzgados. "Ese túnel se ha inaugurado hace un año. Se supone que reúne todas las medidas de seguridad. Circulaba a velocidad adecuada y por donde estaba permitido", protesta mostrando una riñonera con algunos restos de lodo.

José Luis, que vive con una pensión de 800 euros, se ha quedado sin coche. El agua y el barro se lo comieron. "No tengo manos. No puedo pagar el metro o el autobús, ni sujetarme cuando hay empujones o acelerones", dice mostrando los muñones. "Necesito el coche. Y yo no puedo pedir prestado uno a un amigo, necesito que esté adaptado".

Un portavoz del Ayuntamiento aseguró que en el parte de los empleados de Madrid Calle 30 se indica que el rescate no excedió los siete minutos y que la profundidad de la balsa era de 20 centímetros. Esta versión contrasta con las fotografías en las que se aprecia barro hasta el techo del vehículo.

Además, fuentes de Madrid Calle 30 dieron crédito a la versión de José Luis y dijeron que la profundidad alcanzó tres metros en algunos tramos. En cualquier caso, el Consistorio dice que le facilitará un vehículo adaptado.

"Cuando perdí las manos en la explosión, tenía miedo del fuego. Los psicólogos me aconsejaron que viera varias veces El coloso en llamas. Para superar esto, creo que me vendrá bien ver Pánico en el túnel", dice con una mezcla de amargura y sentido del humor.

Magallares muestra la denuncia que ha presentado contra el Ayuntamiento.
Magallares muestra la denuncia que ha presentado contra el Ayuntamiento.R. G.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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