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Columna
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Futuro

Dice el científico ruso Elkohom Goldberg que los seres humanos llevamos el futuro detrás de las cejas y algo de eso debe de saber porque se ha pasado más de treinta años investigando los lóbulos frontales. La mente es un lugar fabuloso que cada día nos sorprende con alguna isla misteriosa. Los archipiélagos de neuronas flotan llevando a cuestas nuestros recuerdos y cosas así. Hay personas que tienen la imaginación a flor de piel como un tatuaje y aunque a veces se equivoquen, emanan la energía cristalina de un manantial empezando a correr. Otras, sin embargo, van por la vida con un archivo tan ordenado como un registro de la propiedad. Son tipos que se quedan siempre parados a veinte metros de los que les gustaría hacer; colocan las latas de conserva por orden alfabético; aprietan la pasta de dientes desde el fondo del tubo; suelen empezar a hacer la lista de regalos de Navidad en agosto y antes de los cincuenta ya tienen que elegir entre todo lo que perdieron y lo que nunca han tenido. Debe de ser por eso que un registrador de la propiedad gana mucho más que un presidente del gobierno.

Pensaba en todas estas cosas la semana pasada mientras veía a Mariano Rajoy en televisión, respondiendo a las preguntas de los ciudadanos, impecable, con una corbata roja, el bolígrafo en la mano y su sonrisa más educada, como si hubiera cambiado la úlcera de estómago a la que nos tenía acostumbrados por una ferviente pasión lingüística por el inglés y el chino mandarín. Durante unos segundos pensé que nos encontrábamos ante una alteración de carácter, la afloración de una personalidad nueva, incluso ante un cambio político de mayor envergadura. Pero entonces apliqué la teoría de Goldberg y traté de ver más allá de la piel y los huesos frontales, en esa región misteriosa donde dentro de cada ser humano bulle la libertad y la intención. Lo único que había allí era una lista de promesas electorales ordenadas de la A a la Z. No es que me parezca poca cosa. Alguien debe encargarse de organizar los pedidos, pero, aunque ya no tenemos edad de votar por amor, estarán de acuerdo conmigo en que es muy poco para ilusionar a nadie.

El salto del Egipto teocrático a la Grecia democrática se produjo cuando los faraones de los bajorrelieves, giraron sobre sus talones y dieron un paso al frente hasta mirarnos a los ojos, como sonrientes guerreros helenos. El mundo entonces dejó de ser un lugar petrificado, condenado a ciclos siempre idénticos, los hombres se ilusionaron, el horizonte empezó a moverse y apareció un futuro escrito a mano como resultado de un nuevo orgullo ciudadano.

Según los neurólogos el hemisferio que planifica, ordena los medios y sopesa las consecuencias está regido por el principio del miedo. El otro hemisferio es vivaz, espontáneo y reacciona como puede ante los imprevistos. Ahí reina la esperanza como una lavandera con un cántaro de agua encima de la cabeza. Si alguna vez tienen un político al alcance, hagan la prueba de mirarlo de frente e intenten divisar tras la cortina de gestos esa isla incógnita donde bulle la imaginación y el deseo. Es el futuro.

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