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Columna
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Cristo, Piñero y Santayana

Iba a las 9.45 de la mañana al Círculo de Bellas Artes, donde Antonio Piñero presentaba su espléndido libro Jesús. La vida oculta. Según los Evangelios rechazados por la Iglesia, prologado por Íker Jiménez, nuestro máximo experto en misterios de ultratumba. Estaba a la altura del Cuartel General del Ejército, en plena plaza de Cibeles. Los pajarillos trinaban, pero al instante me acordé de que la desdichada Virginia Woolf, en los delirios previos a su suicidio, oía cantar a los pájaros en griego y pensé en que Antonio Piñero era catedrático de griego neotestamentario de la Universidad Complutense. ¿No eran demasiados peligros juntos? Confluían astralmente la vida oculta de Cristo -me cuesta llamarle Jesús: en mis ya lejanos momentos de fervor católico, siempre lo llamé Cristo o Jesucristo, y reservé el nombre de Jesús para criaturas sólo dotadas de naturaleza humana y no divina-, los trinos de los pajarillos que pueden inducirnos a alucinar en arameo, la lengua del Maestro, y el presentimiento negro del artículo 525.1 del Código Penal vigente. Este terrorífico artículo anuncia -e incluso en el año 2007, que es ya, por cierto, el 2012 o 2013 del nacimiento de Cristo, según le rectifica a la Iglesia Antonio Piñero- penas de 8 a 12 meses de cárcel a quienes ofendan los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa mediante escarnio de sus dogmas. ¿No es bonito que, con esta ley criada a los pechos del profeta Jeremías, digamos que vivimos en un Estado laico?

En aquel momento ignoraba el texto exacto de este artículo -del que tuve información posterior por una reciente carta al director de EL PAÍS firmada por Javier Tajadura, profesor de Derecho Constitucional-, pero mi modesto conocimiento de la sierra ortodoxa del Guadarrama me hacía acreedor a la certeza de que, en el terreno de la religión, hay que abstenerse de gastar bromas. Además, el cardenal de Madrid, Rouco Varela, se preparaba para inaugurar, el pasado miércoles, el museo de la catedral de la Almudena, y en los coros de las iglesias británicas de Madrid se cantaba el verso Abril es el mes más cruel, del poeta anglocatólico T. S. Eliot. En este ceniciento verso, Eliot hace escarnio -y, como debe ser, sin peligro de ir a la cárcel- del canto epicúreo a una primavera feliz. Hasta que llegó Eliot, todos los poetas han cantado las delicias de la primavera. Pero Eliot era anglocatólico y tenía todo el derecho del mundo a que le cabreara la llegada del buen tiempo.

Con el artículo 525.1 del Código Penal en la nuca, renuncio, pues, a hablar de Lavirgen -de don Pedro Lavirgen, el célebre tenor- con relación a la hora humorística en que, por la aparición de un ángel en moto, llegué a la presentación del libro, donde oficiaba el gran Enrique Miret Magdalena, no sea que una errata satánica convierta al tenor Lavirgen en la Virgen del cielo y, en vísperas del mes de mayo, que es el mes de don Pedro, me pueda ver envuelto en cualquier denuncia. Por pura precaución, no hay que decir una frase como "el cielo está nublado", no sea que un creyente nos lleve a los tribunales, y hay que sustituirla por este aserto más seguro: "Hay cirros y cúmulos en la atmósfera". Como el poeta portugués Pessoa, yo también tengo un miedo innato a las cárceles.

También se presenta el segundo volumen de las obras completas de José María Alonso Gamo, que nació en Torija (Guadalajara) en 1913 y murió en Madrid en 1993. El título de este magnífico volumen es Un español en el mundo: Santayana. El extraordinario filósofo George Santayana nació en la madrileña calle de San Bernardo. Fue también un magnífico poeta. Alonso Gamo le dedica a la obra de Santayana un excelente estudio y ofrece un apéndice de poemas del filósofo en edición bilingüe (inglés-castellano). Los poemas de Santayana son exquisitos y las traducciones de Alonso Gamo están a la altura de los originales. En Interpretaciones de poesía y religión sostiene Santayana que la religión y la poesía son idénticas en esencia, y tan sólo se diferencian en la manera en que se relacionan con los asuntos prácticos. Como poeta en ejercicio andando a todas partes, tengo datos para afirmar que poetas y profetas somos gente especializada en delirios. Pero hay una diferencia. Si alguien se burla de los delirios de un poeta, no pasa nada. Si alguien satiriza los delirios de un profeta, puede ir a la cárcel.

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