El centinela paquistaní
Pakistán desempeña un papel crucial, al menos en teoría, en la guerra contra el terrorismo islamista. Es el centinela de Washington en una frontera de 2.600 kilómetros con Afganistán, y en esa zona porosa, tribal, incontrolable, se hallan, a ambos lados de la frontera, los principales santuarios para la tregua y el rearme de los talibanes y Al Qaeda. Aunque nadie tiene información fiable, no es de descartar que Osama Bin Laden, el millonario saudí que ha organizado su criminal yihad contra Occidente, no se haya movido de allí desde los atentados del 11-S. Pero 80.000 soldados paquistaníes, jura Islamabad, lo buscan sin éxito.
Y al frente de ese Estado, débil, atrasado, cuna y escuela de violentos fanatismos islamistas, que ha conocido muchos más años de dictadura militar desde su fundación en 1947 que de Gobierno democrático, se halla el general Pervez Musharraf, que ha visitado oficialmente España. Formalmente ha venido a intercambiar información sobre la lucha contra el terror, que ha asolado a su país en diversas ocasiones desde 2001, con balance de algunos cientos de muertos. Pero, junto a una tentativa respetable de atraer inversión española, figuran el anhelo y la necesidad de hacerse ver en Occidente, como si su régimen fuera tan impecablemente democrático como él asegura y los hechos desmienten.
Pakistán no es ya una dictadura militar de las de los tiempos de la guerra fría. Musharraf, dotado desde hace años -como su adversario, India- del arma atómica, ha logrado alguna, poca, institucionalización. En 2003 ganó un reférendum; existen partidos políticos a condición de que no pongan en peligro la continuidad del sistema; antes de fin de año habrá elecciones legislativas; y Musharraf será reelegido por una dócil mayoría parlamentaria. Pero, entretanto, el presidente del Supremo está en la práctica destituido porque objetaba constitucionalmente a la prolongación del mandato del general. Y se sabe que éste intenta convencer a Benazir Bhuto, la penúltima jefe de un Gobierno civil antes del golpe, de que vuelva a Islamabad de su exilio. Así es como prosigue la aplicación de cosméticos varios a un régimen de excepcional dureza, el vigía de Occidente en el abrupto Waziristán de Bin Laden, y de Rudyard Kipling.
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