Obama desafía las leyes de la política
Orador brillante y político renovador, el senador por Illinois compite en desventaja con Hillary Clinton por la candidatura demócrata
Había gran interés por escuchar el primer discurso de Barack Obama sobre política exterior. Se supone que el joven senador de Illinois carece de experiencia en esa área y es, por tanto, donde puede resultar más vulnerable. Al margen de alguna discretísima misión de buena voluntad por Oriente Próximo y Sudán, no se le conoce en su currículo ninguna otra actividad que haya servido para forjar a quien quiere ser "el líder del mundo libre". Pero Obama está por ahora tocado por la varita de la suerte y su discurso pronunciado el lunes en el Council of Global Affairs de Chicago resultó, como todo lo que hace últimamente, un éxito.
Esa suerte debía ser puesta a prueba de nuevo anoche, cuando -después del cierre de esta edición- los ocho candidatos del Partido Demócrata celebrasen el primero de una larga serie de debates que conducirán hasta las elecciones primarias, desde enero de 2008, y las elecciones presidenciales, en noviembre de ese año.
Los republicanos apenas le atacan porque cuentan con que no llegará a ser el candidato de los demócratas
Obama logra convertir la compleja política internacional de EE UU en su aventura propia
En su discurso de Chicago -planea otros sobre política exterior en los próximos días para reforzar su imagen presidencial-, Obama se manifestó dispuesto a reparar los graves daños causados por George Bush y su guerra de Irak, y prometió una nueva era de entendimiento con el resto del mundo y de reforzamiento del liderazgo norteamericano. "Estados Unidos no puede hacer frente por sí solo a las amenazas de este siglo", dijo, "pero el mundo no puede tampoco hacerlo sin Estados Unidos. No tenemos que retirarnos del mundo, pero tampoco someterlo; tenemos que liderar el mundo con nuestros hechos y con nuestro ejemplo".
Como tantas otras cosas, Obama consigue convertir la compleja política internacional de Estados Unidos en su aventura propia, en un problema con el que se identifica por razones personales. Para convencer de la necesidad de que Estados Unidos se implique en las causas del resto del mundo recurrió a su particular y exótica biografía. Contó el senador que, en su primer viaje a Kenia para conocer la remota aldea de la que procedía su padre, muerto cuando él era aún un niño, preguntó a su abuela que quedaba allí sobre cosas que pudieran servirle para conocerle mejor.
La abuela le mostró una caja con las copias de cartas que el padre había enviado a universidades y personalidades académicas en los cuatro rincones de Estados Unidos pidiendo una plaza para trabajar. "Gracias a que alguien aquí contestó positivamente a esos ruegos, estoy yo hoy frente a ustedes dispuesto a ayudar a escribir el siguiente gran capítulo de la historia de nuestro país", concluyó el candidato presidencial.
Obama demostró una vez más que es un magnífico orador, una cualidad por la que pasó del anonimato a la fama con un discurso en la Convención Demócrata de 2004. La oratoria de Obama, como dice el columnista David Brooks, "puede resultar profunda o vacía, según se la juzgue". Hasta ahora, por lo menos, quienes lo han juzgado, especialmente la prensa, han sido bastantes bondadosos con él. Obama cuenta, ciertamente, con el viento a favor. Quizá no sólo por lo atractivo de su perfil y su bella retórica, sino por otros méritos acumulados por esta estrella ascendente a lo largo, por ejemplo, de su trabajo como activista social en la ciudad de Chicago o de sus aciertos como congresista estatal en varios programas de lucha contra la pobreza y la marginalidad.
Por unas cosas y por otras, lo cierto es que la carrera política de Obama está hasta ahora prácticamente inmaculada. Seguramente eso se explica en parte por la tranquilidad con la que los republicanos contemplan su candidatura presidencial. La mayor parte de los estrategas republicanos cuentan con que Obama no llegará a ser el candidato demócrata a la presidencia y que, si llegase a serlo, sería un rival fácil de batir, por lo que no han apuntado el grueso de su artillería crítica contra él. Fuera del comentarista radiofónico Rush Limbaugh, que le llama asiduamente "Osama Obama", ni siquiera los más feroces portavoces de la derecha se han cebado en el joven político.
"Los republicanos cuentan con que los Clinton se encargarán de Obama", afirma el columnista conservador George Will. El Partido Demócrata será escenario, en efecto, de una guerra fratricida entre dos de sus mejores valores de las últimas décadas antes de presentar un rostro para la Casa Blanca. Esa guerra puede acabar minando las posibilidades de cualquiera que resulte vencedor, o no, o puede acabar con un armisticio en el que ambos personajes unan fuerzas en una sola candidatura.
En una reciente aparición en el programa de televisión de David Letterman, Obama fue preguntado sobre la posibilidad de crear un solo tique presidente-vicepresidente con Hillary Clinton. "¿En qué orden?", repreguntó el senador antes de afirmar que no está en esta carrera para ser segundo.
Obama parece ser un político de infrecuente sinceridad. En una época de discursos previsibles y rostros de cartón piedra, este hombre está recorriendo el país y recogiendo dinero (aunque su cuenta corriente total es inferior a la de Hillary Clinton, ha recaudado más que ella para las elecciones primarias en el primer cuarto de este año) con la promesa de cambiar las reglas del juego de la política y superar la división entre demócratas y republicanos.
Su último libro, The audacity of hope (La audacia de la esperanza), es una prueba de esa rara honestidad. Contar a estas alturas que no considera a Bush un mal tipo, que cree que su Administración hace lo que considera que es mejor para el país y que la primera vez que se encontró con el presidente acabó riendo con él y echándole un brazo por encima del hombro, es toda una prueba de su insólita audacia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.