Sin lágrimas para el compañero muerto
Los 67 'sin papeles' que arribaron el miércoles por la noche a una cala de Tenerife estaban tan agotados que no pudieron siquiera llorar el fallecimiento ante ellos de uno de sus camaradas
"Ni se inmutaron". Los 67 inmigrantes, dos de ellos menores, que viajaban a bordo de un cayuco que embarrancó en uno de los pocos puntos inaccesibles, sin luz ni turistas, de la costa sur de la isla de Tenerife y que desembarcaron a oscuras, a toda prisa, sobre una orilla de piedras y rocas, aún mojados, tiritando de frío y azotados por un fuerte viento, no mostraron ningún síntoma de emoción, ni una sola lágrima, ante la muerte de un compañero, en directo, segundos después de haber pisado la misma orilla.
Así lo confirmaron ayer a este periódico los agentes de la Policía Local de San Miguel y los efectivos de Cruz Roja que acudieron a auxiliarles tras sortear una pista de difícil acceso con sus todo terreno. Los apenas 16 metros de eslora y dos de manga de la barca resultaban insuficientes para 69 personas, que aseguraron haber navegado más de diez días. "Tuvieron que venir todo el tiempo casi unos encima de otros", apunta el subinspector Antonio Almenara Barroso, quien advierte que esa cala de la playa de Archile (entre los núcleos de Amarilla Golf y Costa del Silencio) es exactamente adonde lleva la línea recta de quien quiera llegar a Tenerife desde la costa africana.
"El trauma es tan fuerte que no reaccionan ante las emociones", explican desde Cruz Roja
Según su relato, lo primero que se encontraron al final de la pista de tierra "fueron muchísimos cuerpos tirados en la orilla, muchos aún con impermeables amarillos puestos". "No sabíamos ni cuántos eran, nos centramos en saludarles, ayudarles, y ellos no paraban de decirnos que había un muerto en el interior de la barca".
Minutos después, los tres agentes observaron que uno de los inmigrantes que acababa de descender de la barca se moría y comenzaron a reanimarlo. "Estuvimos más de diez minutos dándole masajes cardiacos y, cuando llegaron los efectivos de Cruz Roja y del Servicio de Urgencias Canario, siguieron más de 40 minutos más", pero ya no volvió a respirar. "Las duras condiciones del viaje, la deshidratación y la hipotermia que presentaban cuando los vimos en la costa pudieron ser factores desencadenantes que aceleraron cualquier lesión física que ya padeciera antes de embarcar", añadió Austin Taylor, coordinador del Equipo de Respuesta Inmediata (ERIE) de la Cruz Roja, aunque a la espera de los resultados de la autopsia.
El resto de supervivientes ni se inmutó. No soltó ni una sola lágrima. Sólo se escuchaban las olas rompiendo sobre las piedras, el viento y las instrucciones de los efectivos de rescate. "No podían", aclara el subinspector Almenara. "Estaban ellos mismos luchando contra la muerte; no tenían fuerzas para nada: tiritando, uniendo unos cuerpos con otros para darse algo de calor". "El trauma psicológico de lo que han vivido es tan fuerte que tampoco pueden reaccionar ante más emociones", añade Taylor.
Los agentes locales de San Miguel seguían ayer anímicamente destrozados por no poder salvar la vida del joven, que no portaba documentación y sobre el que sus compañeros no han facilitado un solo dato. "Les he dicho que tienen que seguir, que lo que hicieron fue extraordinario, con él y con los que sobrevivieron, y que nos ha tocado soportar esta desgracia de la inmigración para ayudar a tantos jóvenes que arriesgan su vida", concluye el mando policial. "Suerte que no pasó una desgracia mayor; todo ahí es roca y piedras, y el cayuco no volcó", añade Taylor.
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