La dichosa servidumbre de Vargas Llosa
La Universidad de Málaga inviste doctor 'honoris causa' al escritor peruano
Había anunciado Mario Vargas Llosa que su discurso de agradecimiento al doctorado honoris causa que le entregó ayer la Universidad de Málaga versaría sobre los inicios de su afición por la literatura. Y así fue, pero para regocijo de la audiencia congregada en el paraninfo, Vargas Llosa huyó de los esquemas al uso, evitó el discurso académico, renunció a la erudición, y regaló un delicioso relato, sencillo y mimado, sobre las aventuras vividas y leídas durante su infancia en un caserón de Cochabamba (Bolivia), donde su abuelo fue cónsul de Perú. "Allí se me despertó la vocación de contador de historias que iría sometiéndome a su dichosa servidumbre".
"Todo escritor es, antes de serlo, un lector, y ser escritor es también una manera distinta de seguir leyendo", proclamó el escritor peruano.
Poner final diferente a las historietas de niños fueron los primeros trabajos literarios del autor de La ciudad y los perros, de quien la catedrática Guadalupe Fernández Ariza ensalzó la "verdad y armonía" que ha conferido a su obra.
El escritor reconoció que, probablemente, la suya fue la última generación de niños lectores, pues las siguientes han estado más marcadas por la televisión. "Pero no lo deploro", advirtió, "me limito a constatarlo y a consignar mi alegría por haber nacido a tiempo para que las circunstancias hicieran de mi un vicioso de la lectura".
Vargas Llosa, que es asiduo visitante de la Costa del Sol, dijo recibir la distinción de la Universidad de Málaga emocionado, "como pocas veces lo he estado en mi vida", afirmó.
En su discurso relato, el escritor peruano desgranó algunas de las influencias que considera han sido determinantes en su obra, desde Alejandro Dumas, a quien se refirió como su "primera pasión literaria", hasta la del "maestro supremo" de su generación, William Faulkner. Dijo, por ejemplo, que las ideas de Sartre sobre la literatura comprometida marcaron la intencionalidad y carga crítica de sus primeras novelas, en la que también confesó reconocer el estilo épico de André Malraux. Pero lejos de limitar sus influencias, las universalizó, y tras citar autores como Dos Passos, Capote o Hemingway, reconoció: "En todo caso, es probable las influencias literarias más fecundas sean las menos evidentes, aquellas de las que el beneficiario es menos consciente porque pasaron por encima o por debajo de su inteligencia y voluntad y se metabolizaron plenamente en él como ingredientes esenciales de su personalidad literaria".
También reveló que su obra es un producto autobiográfico, y que tanta importancia como tiene lo leído, adquiere también lo vivido. "No hubiera escrito La ciudad y los perros si no hubiera sido, por dos años, un cadete del Colegio Militar Leoncio Prado", citó entre otros ejemplos.
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