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Reportaje:

La cara amable del islamismo

Abdulá Gül encarna un talante europeísta y modernizador

Juan Carlos Sanz

Hayrünnisa, la esposa de Abdulá Gül y madre de sus tres hijos, es bien conocida -al igual que Emine, la mujer de Recep Tayyip Erdogan- en las revistas femeninas turcas por sus lujosos pañuelos estampados de Hermés y sus fulares dorados de Dior, con los que ambas cubren la cabeza en la más estricta tradición islámica. Nunca han sido invitadas al palacio de Çankaya, residencia del jefe del Estado en una colina del centro de Ankara.

Turquía prohíbe el uso del velo islámico en la Administración y en los centros oficiales, como las universidades, y está por ver cuál será la reacción de los generales, de los jueces y grandes empresarios defensores del Estado laico en sus visitas al palacio de Çankaya a partir del próximo 16 de mayo, cuando expira el mandato del actual presidente, el magistrado laico y kemalista Ahmet Necdet Sezer. Pero sin duda Hayrünnisa se dejará ver poco por las salas de audiencias y recepciones, siempre repletas de ciudadanos con memoriales de agravios en la mejor tradición otomana.

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A finales de los noventa, los militares derrocaron al islamista Necmettin Erbakan sin necesidad de sacar los tanques a la calle. Gül era una figura emergente en el primer Gobierno presidido por un islamista de la Turquía moderna, donde llegó a ocupar los cargos de portavoz del Ejecutivo y secretario de Estado para Relaciones Exteriores. "El problema de Turquía no es el conflicto entre islamismo o laicismo, sino entre dictadura o democracia", explicaba entonces un airado Gül en su minúsculo y destartalado despacho parlamentario.

Años después, parecía estar mucho más relajado en una suite del hotel Ritz de Madrid, tras haber recibido el pleno apoyo del Gobierno español para el ingreso de Turquía en la UE. "Necesitamos a Europa y Europa nos necesita", reconoció entonces a EL PAÍS el hasta ahora ministro de Exteriores turco.

Mano derecha de Erdogan

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Mano derecha de Erdogan, ambos encarnan la fórmula de éxito del islamismo político en Turquía: un país que pedía a gritos un relevo generacional y reformas democráticas modernizadoras para superar más de tres cuartos de siglo de kemalismo.

Gül es la cara amable del islamismo turco. Su fluidez con el inglés y su talante afable le han abierto las puertas de las cancillerías europeas y la complicidad de los diplomáticos occidentales en Ankara. Nacido en Kayseri (centro de Turquía) hace 56 años, Gül representa a la nueva clase dirigente turca procedente del interior del país, que está desplazando a las tradicionales élites turcas de la costa mediterránea. Tras estudiar Economía en Estambul, Gül completó su formación en Londres e inició una prometedora carrera en la banca internacional que le llevó hasta el Banco de Desarrollo Islámico en Yedá, en Arabia Saudí. Allí fue fichado por el patriarca del islamismo turco, Erbakan, quien le incorporó a las listas electorales del Partido del Bienestar en 1991. Desde entonces, Gül no ha dejado de ser diputado por la circunscripción de su provincia natal.

Erdogan -el carisma- y Gül -la razón-, se juramentaron en el año 2000 para no volver a caer en el mismo error que sus predecesores y aglutinaron a los sectores más dinámicos del islamismo en el Partido de la Justicia y el Desarrollo. Hasta tal punto forman equipo que, cuando Erdogan no pudo ser elegido diputado en 2002 a causa de su condena a prisión por leer unos versos islámicos, Gül fue primer ministro durante cinco meses hasta que su jefe de filas logró el acta parlamentaria en una elección parcial. Mientras, se escabulló de la presión de EE UU para atacar Irak desde el norte.

Hoy son los dueños del Gobierno y el Parlamento de Turquía. Y a partir del día 9 de mayo, previsiblemente también de la presidencia durante los próximos siete años. Desde Atatürk, nadie como ellos ha logrado acumular tanto poder en Turquía.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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