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Reportaje:LOS HOMBRES BOMBA DEL MAGREB

Ceuta se blinda ante la amenaza

La ciudad vive sin psicosis el aumento de vigilancia y el empuje del islamismo radical

Juan Jesús Aznárez

Abrase el sol o caigan chuzos de punta, entre 25.000 y 30.000 marroquíes cruzan a diario la frontera ceutí del Tarajal para comprar jabones, ropa, papel higiénico y menaje de cocina en los polígonos comerciales pegados a una aduana policialmente reforzada desde que Al Qaeda reclamase Al Andalus, Ceuta y Melilla como integrantes de un quimérico califato panislámico. "Hemos blindado Ceuta. Siempre lo ha estado, pero ahora más", subraya Jenaro García-Arreciado, delegado del Gobierno.

Nuevas dotaciones del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), Técnicos Especialistas en Desactivación de Artefactos Explosivos (Tedax) y Unidades de Intervención Policial (UIP) y de los Grupos Rurales de Seguridad de la Guardia Civil (GRS) montan guardia en la ciudad autónoma de 19 kilómetros cuadrados y más de 71.000 habitantes, el 35 % de musulmanes, situada en la punta noroeste de África. Garitas, sensores térmicos y de vibración, cámaras y patrullas escrutan los 8,5 kilómetros de una valla metálica de seis metros de altura y concertinas de púas; las dos bahías y las aguas limítrofes con Marruecos son patrulladas por embarcaciones del Servicio Marítimo, y los espías españoles atisban mezquitas, cafetines y barriadas.

Garitas, sensores, cámaras y patrullas escrutan los 8,5 kilómetros de la valla de separación
"¿Bombas yo debajo de la ropa? Bastante tengo con alimentar a mis cuatro hijos", afirma una marroquí
"Vaya la que ha liado Garzón. Ahora ¿quién va a invertir aquí?", se lamenta un comerciante ceutí
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Ceuta acentuó algunas de las medidas del nivel 2 de alarma, establecido en toda España, pero el rigor de los nuevos controles no disuade a las columnas de porteadores que cruzan la aduana para trabajar de empleadas domésticas o peones en Ceuta, o para comprar masivamente y revender en Marruecos. Desde los altillos del Tarajal es visible el enjambre de mujeres, hombres y chavales en tránsito desde la colindante localidad marroquí de Castillejos hacia el paso fronterizo. No necesitan visado, gracias a una reserva introducida por España en el Acuerdo de Schengen, si sus pasaportes certifican su residencia en la vecina provincia de Tetuán, a la que habrán de volver antes de las doce de la noche. Los que deciden quedarse en la ciudad son repatriados si se les encuentra en la calle. Sepultada bajo un fardo de dimensiones colosales, encorvada por el peso, una porteadora de largo vestido árabe comenta amargamente las sospechas de algunos: "¿Bombas yo debajo de la ropa? Bastante tengo con alimentar a mis cuatro hijos". Muy cerca, prejuiciado, un ceutí oriundo de Andalucía tuerce el morro: "Vaya usted a saber con estos moros. ¿Y si alguien le dice que le va dar dinero para que su familia quede bien atendida y que ella va a ser mártir?".

Las perturbaciones asaltan a quienes dudan de las garantías dadas por la Administración de la ciudad. La comunidad musulmana, que alcanza el 45% de un colectivo completado por las comunidades cristiana, hebrea e hindú, lamenta la desconfianza que todavía inspira el velo y la chilaba. No se lo explica Mohamed Alí, presidente de la Unión Democrática de Ceuta (UDCE), principal partido de la oposición, con tres escaños en una Asamblea de 25 controlada por los 19 del Partido Popular. "Hay que acabar con el estereotipo del moro sospechoso. Nos sentimos españoles, lo que no está reñido con nuestra confesión musulmana. Yo me he criado viendo Verano azul y Barrio Sésamo". Laarbi Maateis, presidente de la Unión de Comunidades Islámicas de Ceuta, niega la existencia de odio o rencores. "Los dirigentes de Al Qaeda desconocen Ceuta, y hablan por hablar. Se lo digo de corazón. Si ocurriera aquí cualquier tontería [atentado], que Dios no lo quiera, sería un caso aislado, que nada tiene que ver con la realidad de la comunidad musulmana".

Para que no ocurran tonterías, las autoridades españolas aprovechan la estrecha cooperación de Marruecos. "Si un día les comunicamos, tras un vuelo de reconocimiento, que hay un nuevo campamento de ilegales [subsaharianos], al día siguiente, en otro vuelo, comprobamos que ya lo han quitado. La colaboración se amplía a la lucha antiterrorista", señala García-Arreciado, que cita los recursos empleados para impermeabilizar unas fronteras cuya porosidad minimiza: "Tenemos todo la que usted pueda imaginarse: desde sistemas de detección de explosivos y perros hasta el aparataje más moderno que existe en el mercado para verificar la falsedad de pasaportes, porque a veces utilizan distintos nombres falsos y varios alias para despistar. Los coches se desguazan prácticamente uno a uno, y se meten los perros dentro". Los marroquíes entran a Ceuta con lo puesto por unos pasillos, y son dirigidos hacia los polígonos comerciales. Después de las compras vuelven a su país cargados con todos los bultos que son capaces de transportar a pie; si les da tiempo repiten la operación hasta cuatro veces.

¿Y los cientos que se quedan ilegalmente en la ciudad? "Algunos recurren al truco de pernoctar en el domicilio de alguien que los acoge. Entonces se requerirían cientos de órdenes judiciales de registros diarios, y eso no es sostenible ni operativo".

El abigarramiento del Tarajal contrasta con la placidez del paso de Benzú, en la otra punta del perímetro. Apenas hay movimiento por una sencilla razón: no se permite el tráfico de mercancías y sólo pueden cruzarlo los habitantes de una aldea marroquí contigua. Un guardia civil otea con unos prismáticos las aguas del estrecho de Gibraltar; a lo lejos se divisa la silueta de Tarifa. ¿Todo tranquilo? "Sí, todo tranquilo". El delegado del Gobierno prefiere no cuantificar el número de efectivos encargados de proteger Ceuta, pero una fuente oficial juega al acertijo: "Hay quien dice que entre ejército, Legión, Regulares, Guardia Civil y policías tocamos a uno por cada 80 habitantes. Bastante seguridad, ¿no?".

La población de Ceuta comenta los avisos de Al Qaeda sin psicosis, y pocos aplauden las declaraciones del juez Baltasar Garzón sobre los peligros que se ciernen sobre las dos ciudades españolas en el norte de África. "Vaya la que ha liado. ¿Ahora quién va a venir a invertir aquí?", lamenta un comerciante del centro de una ciudad cuyas murallas y acuartelamientos evocan un pasado de plaza fuerte. Un prudente recorrido demoscópico por las barriadas de Los Rosales y El Príncipe, mayoritariamente musulmanas, tambien escondite de rateros y traficantes de drogas o ilegales, indica que los mensajes de Al Qaeda apenas encuentran eco, al menos de boca para afuera. La invasión de Irak sí que irrita. "Pregúntele a Bush por las razones de las bombas, no a nosotros", responde un vecino. Al poco llega otro, y otro, y en el debate de patio de vecinos, los más leídos dicen que los terroristas suicidas salen de la miseria y de la ignorancia, no del convencimiento ideológico. "Tienen poco que perder. Nosotros, sí. Tenemos seguridad social, cobro el paro y más cosas. Y si me permite, le diré que observamos lo que hace Al Qaeda desde la barrera; pero de participar, nada de nada". ¿Y usted se siente español. "Yo soy un musulmán nacido en Ceuta".

Español y musulmán nacido en Ceuta es Abselam Hamadi, presidente de la Comunidad Islámica Al Bujari, que admite la labor de zapa del radicalismo islámico en la ciudad autónoma: "Debo pedir disculpas al ministro José Antonio Alonso, ahora de Interior, antes de Defensa. Pusimos el grito en el cielo cuando dijo que había que controlar las mezquitas; pero tenía razón, hay que controlar las mezquitas de Ceuta porque nos están comiendo literalmente". "Son una secta", agrega Hamadi, "que tergiversa el islam, coacciona a los imanes y manipula a los jóvenes. Algunos de sus miembros están muy bien colocados en el Ayuntamiento. Son lobos con piel de cordero". El delegado del Gobierno presta especial atención a esa facción. "No es que volvamos a los tiempos de Fraga Iribarne, pero en cuando la inteligencia observa que se reúnen más de dos, ya está pendiente".

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