Un buitre negro con un emisor guía delata un coto envenenado
El ave acudía a comer los cadáveres de los animales exterminados
Un buitre negro equipado con un aparato emisor ha permitido a técnicos de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía localizar a 16 animales muertos por veneno y 11 cebos envenenados. Todos se encontraban en un coto de caza de Puebla de Guzmán (Huelva). Es la primera vez que ocurre un caso parecido. El buitre negro, con casi tres metros de envergadura, es un ave carroñera que figura en todas las listas de especies amenazadas, y acudía al coto a alimentarse.
En el mismo coto de caza donde se hallaron los venenos, se encontraron 12 lazos y un cepo. Estas pruebas se remitirán a la Fiscalía para sustentar las posibles medidas legales que se emprendan contra el propietario del coto. Fuentes de Medio Ambiente esperan que la semana que viene la Consejería ordene la suspensión cautelar del aprovechamiento cinegético del coto, es decir, que mientras dure la investigación, nadie pueda cazar en él. Entre los animales envenenados había siete buitres leonados, un buitre negro, tres musarañas, dos meloncillos y una lagartija colilarga.
El uso de venenos por parte de los cazadores persigue liquidar a los depredadores que se alimentan de sus potenciales trofeos. Pero estos productos, normalmente potentes fitosanitarios agrícolas, afectan a una amplia gama de especies. Los venenos son tan fuertes que incluso el vómito de una de las víctimas puede matar a otro ejemplar si lo ingiere. Habitualmente se trata de pedazos de carne -desde un chorizo a una cabeza de pollo-, o incluso restos de placentas animales impregnados por la sustancia tóxica.
La redada ha sido posible gracias a un ejemplar de buitre negro con especial suerte. En agosto 2006 fue rescatado en una sierra de Huelva de una muerte segura por envenenamiento. Técnicos de Medio Ambiente lo curaron y recuperaron en un centro de Sevilla. Al cabo de los meses, los responsables, que le habían llamado Binga, decidieron liberarlo. Pero antes, le acoplaron un emisor que, vía satélite, permite saber dónde se encuentra el ave.
"Queríamos que el animal nos indicase dónde duerme y dónde se desplaza para comer", explica Rafael Arenas, uno de los responsables del proyecto. La idea de los técnicos era soltar a Binga para que les indicase dónde vivía y, así, saber dónde podía haber venenos. Gracias al trabajo involuntario de Binga, que no ha sufrido ningún daño, los técnicos redujeron las zonas de búsqueda a unas cuantas miles de hectáreas, a las que acudieron acompañados de otros animales: perros especializados en la detección de venenos.
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