¿Qué estás dispuesto a hacer?
Los dirigentes de la extinta Batasuna se han empeñado en que todos nos retratemos, políticamente hablando, a la vista de sus urgentes problemas con la normativa electoral y su no menos urgente necesidad de presentar listas en los próximos comicios. Se nos pide al respecto un pronunciamiento contundente e inequívoco, y se nos pide con apremio. Apremio fue lo que mostró Joseba Álvarez el pasado fin de semana, y apremio el que mostraron después Joseba Permach y algunos otros, a lo largo de los días, posando delante de las sedes socialistas y repitiendo la misma cantinela: qué estamos dispuestos a hacer para conjurar su más que probable destierro electoral. Sí, nos apremian, nos interpelan para que hagamos o digamos algo. Y cuando no lo hacen es porque optan por alguna actitud más contundente. Juan Mari Olano, por ejemplo, no ha juzgado oportuno apremiarnos, ya que ha preferido recurrir directamente a la amenaza: asegura que ya estamos "en tiempo de descuento" y que si la izquierda radical no concurre a las elecciones "se cerrará la puerta" a la resolución del conflicto.
Pero la izquierda abertzale no comprende que ya no hay tiempo de descuento, que ya no hay proceso de paz, que ya no hay puerta que cerrar, que todo ha saltado por los aires, que todo, de hecho, saltó por los aires tras el atentado de Barajas y el asesinato de otros dos seres humanos. Ante esto, los recursos emocionales pueden ser diversos: el pataleo juvenil, la insistencia del pedigüeño, la apelación a nuestra decencia política o la amenaza pura y dura; todas esas posibilidades confluyen en la misma exigencia: que "hagamos algo"". Pero la sola manifestación de semejante deseo es la enésima demostración de que la izquierda revolucionaria vive fuera del tiempo y del espacio, en un territorio donde no rigen las leyes que explican la conducta política, jurídica y social de los demás. Por eso, porque viven tan lejos de los demás, resulta tan irritante oír una y otra vez la misma murga: qué estamos dispuestos a hacer para apoyar su pretensión de concurrir a las próximas elecciones.
Por supuesto que la ausencia de una formación ultranacionalista y de ultraizquierda confunde el panorama político, distorsiona las cuotas de representación de otros partidos y traiciona, en última instancia, la voluntad popular. La antigua Batasuna, o como quiera que vaya a llamarse en su próxima y penúltima versión, cuenta con un peso político absolutamente contrastado a lo largo de distintas convocatorias electorales, lo cual representa un patrimonio político sólido, disciplinado, leal e infatigable. Todo eso es cierto y todo eso es también, en el plano conceptual, respetable y defendible, incluso por parte de quienes no compartimos tal discurso pero comprendemos la legitimidad de su expresión.
Lo que ocurre es que a la indignación de ver cómo se les impide concurrir a las elecciones se superpone una indignación mucho mayor, una indignación que alcanza, de hecho, proporciones desmesuradas: la que suscita comprobar cómo sigue existiendo una organización terrorista que amenaza, extorsiona y asesina. ¿Cómo puede exigir solidaridad política una formación que no siente la más mínima perturbación ante el derramamiento de la sangre de los otros? ¿Qué están dispuestos a hacer para acabar con ETA? ¿No es esa la réplica que merece el apremiante Álvarez u Olano, el rusticano? ¿Qué están dispuestos a hacer para que no se pierda una sola vida más o para que no llegue una nueva carta amenazante? Lo triste de todo esto es que la izquierda radical, a la postre, sí está realmente dispuesta a algo: está dispuesta a que le demos la razón. Pero ni aún en ese caso condenarían la violencia: ¿cómo condenar el único instrumento que hace factible su preeminencia política?
Sin duda, es una traición a la democracia que los votantes cercanos a Batasuna no tengan en las próximas elecciones una formación política a la que dirigir sus papeletas. Pero la traición a la democracia es mucho mayor en el silencio que practican ante el asesinato de seres humanos. Ya suscita un interminable agotamiento tener que repetir semejante obviedad.
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