"La arquitectura que hacemos en China es más sostenible que la que hacemos en Europa"
Dietmar Eberle (Hittisau, Viena, 1952) dirige, junto a Carlo Baumschlager, uno de los mayores estudios de Austria, con 140 empleados y oficinas en Viena, Bruselas, Vaduz y Pekín. Sus edificios son entre un 60% y un 80% más sostenibles que la media construida. ¿La clave? Cuestión de física. Es optimista respecto a un futuro sostenible y a la vez estético. Sabe de qué habla. Eligió comenzar su carrera construyendo las casas que diseñaba.
PREGUNTA. Cuando terminó arquitectura abandonó Austria y se fue a vivir a Teherán. ¿Qué buscaba?
RESPUESTA. Probablemente a mí mismo. Es más fácil hallarse cuando uno está solo y desconoce el medio. Era el año 1975. En Irán podías sentir cómo la sociedad estaba evolucionando. El sah tenía los días contados (abandonó Irán en 1978). Se veían tensiones y se intuía la llegada de nuevos problemas.
"¿Cuántos litros de agua se consumen construyendo un edificio? Ríos. Eso debe cambiar"
P. ¿Viajó por una cuestión personal?
R. Siempre he buscado encontrarme en la arquitectura. He viajado mucho. Y no creo que haya mejores y peores lugares. Hay sitios diferentes. Y eso es lo que me interesa: las diferencias. La arquitectura es eso: diferencias. Los científicos buscan los principios comunes. Las reglas que permiten aplicar una norma. En arquitectura la mejor solución es siempre la más específica. Por eso lo que hace interesantes los lugares son las diferencias. No lo que tienen en común. Los intentos de dar con una solución global para los problemas arquitectónicos han fallado.
P. En los setenta, intelectualmente se apostaba por el grupo.
R. Pero yo ya sentía el interés por la diferencia. Buscando la calidad uno llega a las cualidades. Lo específico incluye a la gente, a los sentimientos y a los lugares. Y soluciona los mismos problemas de maneras diversas.
P. Durante quince años construyó sólo en Lochau, su pueblo, actualizando las tradiciones. En la última década han salido al mundo. ¿Cómo afecta eso a su arquitectura?
R. Mi interés por lo específico me hizo volver al lugar donde nací. Estudié en Viena. Allí nos inculcaron las ideas del movimiento moderno: una comprensión de la sociedad muy generalista, no interesada en las características específicas. Los ideales modernos trataron de solucionar problemas de una manera cuantitativa y a mí me interesaba lo contrario: lo cualitativo. De ahí que volviera a mi tierra. Vengo de una familia de granjeros. Y eso marca. La tierra, el lugar, tiene mucho que decir en la arquitectura. Y la modernidad no lo consideró. Por eso yo no creí en ella. Así que, cuando terminé de estudiar, en lugar de convertirme en arquitecto me convertí en obrero de la construcción, en un artesano. No creía lo que me habían enseñado y pensé que se podían hacer edificios de otra manera. Durante diez años tuvimos una oficina que construía los edificios que diseñábamos.
P. ¿Qué aprendió?
R. Que la mayoría de promotores no compartían mis valores: escuchar a la gente. La arquitectura ocupa una parte fundamental de la sociedad como para estar tan alejada de ella.
P. ¿Qué valores perseguía?
R. Esos de los que hoy habla todo el mundo: reponer lo que consumes, no dañar el planeta con sistemas constructivos que consuman menos energía... Además, entendíamos que para intervenir en la sociedad el trabajo debía ser de igual a igual. En lugar de vigilar al obrero lo convertíamos en artesano, en responsable de lo que hacía. Hicimos la primera casa para mi socio y luego la gente nos llamaba. Tuvimos muchos clientes y tanto éxito que el Colegio de Arquitectos nos puso una demanda porque no seguíamos las pautas habituales. En Austria, tras estudiar, un arquitecto debe trabajar cinco años con un profesional antes de empezar a construir. Pero nosotros no lo hicimos. Aprender para luego desaprender no tiene sentido. Decían que no éramos arquitectos. Y nosotros lo admitimos. Nos asociamos al sindicato de artistas. Y ganamos el caso por agotamiento del contrario. Con el tiempo me han hecho arquitecto honorífico, sin trabajar para otro.
P. ¿Qué le ha hecho cambiar para construir hoy por todo el mundo?
R. El mundo ha cambiado. Nosotros creemos en lo mismo que entonces. Pero ahora hay más gente que piensa igual. Hay más promotores preocupados por el medioambiente, o por las leyes restrictivas sobre el uso de energías. La arquitectura son valores. Todo lo demás: tecnología, forma, espacio, llega luego.
P. ¿Por eso trabajan en China? ¿Por eso tiene un equipo de 140 arquitectos?
R. A mediados de los noventa éramos 35. Y teníamos dos opciones: volver a la escala local o tratar de hacer lo que hacíamos en nuestro pueblo en el mundo. Elegimos el mundo. Y ha funcionado.
P. ¿No afecta a su arquitectura trabajar en lugares que conoce peor?
R. Lo que hacemos en Viena o en China es siempre lo mismo: tratamos de entender lo específico. Los arquitectos trabajan con la idea de Genius Loci, que son las características físicas y culturales del lugar. Pero para nosotros el genio del lugar está en los sentimientos de la gente, en sus aspiraciones y en sus deseos. No se trata sólo de ver por dónde sale el sol. Se trata de hablar con la gente.
P. ¿Y cómo lo hace en China?
R. El Gobierno chino nos invitó a dar una conferencia. Son conscientes de que si quieren seguir creciendo tienen que hacerlo de manera sostenible. Tienen que aumentar el bienestar de la población pero reducir el consumo. Tras la conferencia nos llamaron para que convirtiéramos en realidad lo que habíamos estado contando en realidad. Y en eso estamos. La arquitectura que hacemos en China es más sostenible que la que hacemos en Europa. El Gobierno y la sociedad están concienciados.
P. ¿Qué ahorro energético logran sus proyectos?
R. Hemos construido 200.000 m2 de apartamentos que consiguen entre un 60% y un 80% de ahorro en el uso, la construcción y el mantenimiento. El problema que tenemos en Europa es la falta de conocimiento. Nuestra sociedad cree en la tecnología, pero menos en el conocimiento. Y la buena arquitectura es cuestión de conocimiento. Cuando comprabas un coche en los años cincuenta, el 80% del coste era de producción. Hoy sólo el 50%, el otro 50% es investigación. Lo mismo pasará en arquitectura. La investigación será cada vez más importante.
P. ¿La sostenibilidad es hoy un problema político, arquitectónico o social?
R. Los problemas arquitectónicos son siempre sociales. La arquitectura es un espejo de la sociedad que la produce. Refleja nuestros valores, nuestras prioridades. Hoy cuando hablamos de sostenibilidad hablamos en realidad de contaminación. Pero ése es sólo uno de los problemas. En países desarrollados entre el 50% y el 60% de la energía se emplea en la construcción y el mantenimiento de edificios: ni en aviones ni trenes ni industria. Por eso urge reducir la necesidad de energías y materiales.
P. ¿Cómo hacerlo?
R. Aplicando leyes físicas. Y no se acabarán ahí los problemas. Sin haber solucionado el de la escasez de energía empezarán los de la falta de agua. ¿Sabe cuántos litros de agua se consumen construyendo un edificio? Ríos. Eso debe cambiar. La energía que necesitamos para calentar, enfriar o limpiar los edificios se puede reducir con cálculos físicos. Un edificio equilibrado consume menos energía. En Austria hemos levantado un edificio sin ventilación artificial ni calefacción ni refrigeración, capaz de mantener una temperatura constante todo el año con una física equilibrada. Sin tuberías. Sin técnica, sólo con conocimientos de física.
P. ¿La física salvará al mundo?
R. El conocimiento, la educación. El reto de la arquitectura doméstica del siglo pasado fue optimizar el espacio. El de hoy es rebajar el consumo energético en el mantenimiento y en la construcción de edificios. No estoy nervioso con lo que se avecina. He aprendido el secreto del mantenimiento de un edificio.
P. Cuéntenoslo.
R. La gente tiene que amar su casa. Lo que no se ama se destruye. Lo que se cuida es más sostenible. Ésa es la estrategia: en la urgencia sostenible la mejor arquitectura vuelve a ganar protagonismo.
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