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Columna
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Maravilloso país

No entiendo por qué tiene tanta prisa el lehendakari para dar la palabra al pueblo, como dice él pomposamente: "Haga lo que haga ETA, daré la palabra al pueblo en esta legislatura". Pienso que nuestro deus ex machina debiera esperar mejor unos cuantos años antes de dar ese paso decisivo y asegurarse así el resultado que le conviene. Barrido el país de excrecencias, entonces ya sólo le quedarían los suyos, aunque bien pudiera ocurrir que se encontraran todos en Benidorm y les diera pereza abandonar su paraíso de jubilados para decidir algo que ya no se iba a notar ni en Alicante. Mejor que mejor, a efectos propios, de modo que el lehendakari podría colocar una urna junto al bonsái chino de Ajuria Enea y obtener su resultado por unanimidad. Datos que le son propicios al lehendakari para alcanzar su proeza no faltan. He aquí algunos. Euskadi ha incrementado su población en los últimos quince años en sólo 8.423 habitantes (un 0,4%), mientras que Navarra lo ha hecho en 68.912 (un 13,2%), cifras que pueden explicar el hecho de que los navarros no quieran formar parte de Euskadi ni a tiros, ya que el número de desaparecidos en caso de entrar superaría con creces al de asesinados si las cosas siguen como están. Más datos comparativos: en el mismo periodo de tiempo Madrid crece en 991.487 habitantes (un 20%), Cataluña en 875.931 (un 14,4%), Andalucía en 856.237(un 12,2%), etc.

Pero, qué está pasando aquí, bainan, bainan, zer gertatzen ari da hemen? Perdemos unos 8.000 electores al año; nuestro saldo migratorio es negativo en casi 4.000 residentes al año; alrededor de 5.000 ciudadanos originarios de otras comunidades españolas nos abandonan todos los años, sin que su pérdida sea contrarrestada por los nuevos inmigrantes, una nueva inmigración que nos frecuenta menos que a otras regiones; nuestro crecimiento vegetativo ha sido negativo hasta los últimos dos o tres años, y el actual se parece más a un grano en la frente que a un estirón. ¿Por qué no queremos tener hijos, por qué somos tan poco atractivos, por qué nos están dejando tan solos? Somos un país próspero, nuestra renta per capita está muy por encima no ya de la media española sino de la europea, tenemos txipirones en su tinta, bahía de la Concha, perritos floreados de última generación y unas pymes que son un primor. ¿Por qué será que debiendo ser un polo de atracción no lo seamos? Aseguran que los del universo ETA están deseando dejarlo, pero que no se atreven a dar el paso por miedo a enfrentarse al tiempo perdido, a su propia estupidez como única cosecha de una estupidez asesina. Miren, me importa dos narices el tiempo que hayan perdido los de esa galaxia; lo que sí me preocupa es el tiempo que nos han hecho perder a los demás y el que, al parecer, están dispuestos a que sigamos perdiendo. ¿No es ésta una buena razón proustiana para poner pies en polvorosa? Si no nos sirviera para buscar el tiempo perdido, nos serviría al menos para no seguir perdiendo el tiempo venidero.

¿Y los hijos? ¿Por qué no tenemos más hijos con la de txuletas per capita que nos tocan? ¿Será que nos hemos vuelto tan pesebreros que, atentando contra las leyes mismas de la evolución, vemos en nuestros propios hijos a posibles competidores de la prebenda? Al fin y al cabo, van a ser euskaldunes, en clara ventaja respecto a muchos de sus padres, y acaso hasta integrantes de la galaxia parabellum, que, como bien sabemos, está dispuesta a subir a la tarima y a desplazar de la Lehendakaritza al rey del desierto. Y hasta igual les mandan al euskaltegi, a los padres, digo. A ellos, que estaban tan contentos promocionando una lengua Potemkin, en lugar de tener más hijos o de practicar las leyes de la hospitalidad. Grigori Alexandrovich Potemkin se dice que construyó a lo largo del Dnieper ciudades tras cuyas fachadas no había nada, y que lo hizo para deslumbrar con sus nuevas y falsas conquistas a su emperatriz y amante Catalina.

En la reciente polémica entre el catalán y el castellano, se ha visto que el catalán es en realidad un rótulo de identidad, una señal de diferencia, una lengua Potemkin, lengua que sirve para rotular y esas cosas, pero que para hablar lo que se usa es el castellano. A nosotros nos puede estar ocurriendo lo mismo, no sólo con la lengua sino con el país mismo. Un país de fachada suntuosa con un lehendakari sentado delante de un bonsái, y detrás el jubileo. Por cierto, quizá fuera por efecto de la perspectiva, pero el bonsái chino, que tiene sólo trescientos años de antigüedad, parecía más alto que el lehendakari, que tiene más de tres mil. ¡Dios mío, cuánto les cuesta crecer a algunos!

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