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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Putin, a porrazos

Putin lo controla todo, o casi todo. La estabilidad que ha llevado a Rusia y la bonanza que ha supuesto un alto precio del petróleo y el gas ha acrecentado la popularidad del presidente, tanto que ha tenido que inventarse dos partidos propios para que compitiesen entre sí, pues la única oposición con cierto peso es la del Partido Comunista (20%). Por eso se entiende mal que la policía haya cargado con tanta dureza el pasado fin de semana contra pequeñas manifestaciones en Moscú y al día siguiente en San Petersburgo. Revela que Putin no es que se sienta débil, sino más bien fuerte y dispuesto a mostrar públicamente la falta de tolerancia del Kremlin al mínimo resquicio de disensión.

Una vez ha cerrado el grifo de la libertad de prensa, Putin parece querer dejarlo todo atado y bien atado, ya sea para ceder el puesto tras las elecciones de 2007 al sucesor que designe, ya para impulsar un cambio en la Constitución que le permitiera un tercer mandato; o incluso para preparar su regreso cuatro años después.

Tras el caos que para los rusos supuso la perestroika de Gorbachov, que acabó con la Unión Soviética y el comunismo, y los modos impredecibles de Yeltsin, Putin ha vuelto a imponer el orden político (y el económico gracias a empresas como Gazprom y al precio de la energía), y ha construido un régimen autoritario, pero no por ello impopular. Algunas encuestas fiables indican que dos terceras partes de los rusos prefieren un Estado fuerte y que no les preocupa en exceso la democracia.

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Es una marcha atrás, en cierto modo un regreso a la vía china de no abrir la mano en política, aunque utilizando los enormes conglomerados de empresas energéticas como palanca de poder interno y externo. La solución tampoco puede ser la de un golpe de Estado como dice estar fomentando desde Londres Borís Berezovski, magnate que se benefició del régimen de Yeltsin. Pero el creciente autoritarismo de Putin plantea un serio problema a unos europeos que se dicen defensores de las libertades y derechos humanos, pero que necesitan el gas y el petróleo rusos. Y sin embargo, ganarían en credibilidad si establecieran una estrategia común para pararle los pies al líder del Kremlin.

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