Huevos
Unas obras interminables en una calle céntrica crean desde hace mucho un atasco perpetuo. Atrapado en él, me quedo un rato ante un restaurante chino y por una extraña asociación de ideas me viene a la memoria un manjar que la hiperbólica nomenclatura china llama huevos de mil años. En realidad son huevos de pato enterrados durante varias semanas en una mezcla de barro o estiércol, té, aserrín y no sé qué más. Ignoro si se maceran, se fermentan o se pudren, pero al cascarlos y cortarlos se han vuelto negros con vetas verdes. Su sabor es fuerte, exótico y exquisito, aunque habrá quien disienta de este último calificativo. Ni exóticas ni exquisitas son las obras públicas, que en Barcelona se realizan a un ritmo geológico: cambiar tres farolas lleva más de un mes; reformar una plazoleta, nueve o diez años. Las consecuencias para una circulación que en las circunstancias más favorables no se puede calificar de expeditiva, son catastróficas. Para paliarlas, el Ayuntamiento coloca en puntos estratégicos unos carteles amarillos que advierten del hecho consumado y proponen itinerarios alternativos. A veces añade un disculpen las molestias que sueña a cuchufleta. Al forastero, que a duras penas se orienta cuando todo va bien, estos desvíos tortuosos lo hunden en la miseria. Los autobuses, que han de ceñirse a un recorrido fijo y no pueden usar rutas alternativas, echan moho en los atascos, alteran su frecuencia y disuaden al posible usuario. Los que van en taxi se arruinan. El costo general de tanto retraso, en productividad y en combustible, debe de ser incalculable y por ello seguramente incalculado. Las mismas obras, sin duda necesarias, se podrían realizar en un tiempo mínimo si se hicieran de una en una, concentrando el personal y la maquinaria necesarios con horario intensivo, en lugar de hacer muchas simultáneamente en puntos conflictivos y con una lentitud que por fuerza ha de responder a un plan astuto o simplemente perverso.
O quizá me equivoco y existe una justificación de tipo económico, administrativo o incluso electoral. Si alguien me lo quiere explicar, ya sabe dónde me encontrará: parado en un atasco, pensando en los huevos de mil años, en las obras públicas y en los atributos de quien las gestiona.
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