El terror agrava la división de Argelia
Los grupos laicos critican el plan de reconciliación con los islamistas del presidente Buteflika
Más allá de la condena unánime del terrorismo, Argelia aparece como un país dividido sobre cómo acabar con la violencia integrista que le azota desde hace casi 15 años y que el miércoles se cobró otros 33 muertos en la capital. Todo un sector de la ciudadanía reprocha al Gobierno su excesiva laxitud con los terroristas, masivamente excarcelados en 2006, pero las corrientes islamistas opinan, al contrario, que hay que ahondar en la vía de la reconciliación y permitirles a ellas participar plenamente en la vida política.
El descubrimiento, ayer por la tarde, de una bomba artesanal, desactivada a tiempo, cerca de la oficina de correos de Buzera, una barriada de Argel, acrecentó aún más la tensión. Por la mañana fue la Embajada de EE UU la que contribuyó a poner los nervios a flor de piel. Anunció en su página web que había un riesgo de atentado inminente en el centro, entre el edificio de correos y la sede de la televisión. El pronóstico no se cumplió.
El descubrimiento de una bomba artesanal, desactivada a tiempo, acrecentó la tensión
En Boudounaou los artificieros, desbordados por las incesantes llamadas de ciudadanos que señalan bultos sospechosos, llegaron el viernes también a tiempo para desactivar otra carga explosiva colocada cerca de un control policial. El fin de semana islámico se saldó, sin embargo, con un muerto, un gendarme acribillado en Boumerdes, mientras otros dos resultaron gravemente heridos. La rutina.
Algunos comparan en Argelia su 11-A con el 11-M que padeció España. Leila Aslaoui recordaba ayer en su columna del diario Le Soir que en Madrid pueblo y Gobierno se manifestaron juntos contra el terrorismo, pero en Argelia "sería más bien difícil reunir [...] a ciudadanos opuestos a cualquier concesión ante los islamistas con otros favorables a la supuesta política de paz".
Alude así a la reconciliación puesta en marcha, a finales de 2005, por el presidente Abdelaziz Buteflika y aprobada en referéndum. Ofreció un amplio perdón a los terroristas a cambio de su renuncia a la violencia. A lo largo del año pasado 2.629 presos fueron excarcelados al tiempo que un puñado de combatientes se entregaron y fueron puestos en libertad.
La magnanimidad presidencial no dio frutos y ahora buena parte de la prensa arremete contra Buteflika, que guarda silencio. "¿Está incómodo porque ese crimen horrible supone su propio fracaso?", se pregunta Tayeb Belghiche en su columna de última del diario El Watan. "[...] todos los amnistiados aplauden con discreción el infierno del 11 de abril", asegura Boubakeur Hamidechi en la contraportada de Le Soir.
Estos columnistas ponen voz al sentimiento mayoritario entre las élites francófonas, los funcionarios y el mundo empresarial argelino, que considera un error la política de mano tendida practicada por Buteflika y le reclaman que rompa su silencio -no ha hecho ninguna aparición pública desde los atentados- y apacigüe los temores de los argelinos.
Aunque tienen mucha menos voz, porque los medios de comunicación apenas les hacen caso, hay otros argelinos que sostienen que la solución pasa por profundizar aún más la reconciliación y dar salidas a los que empuñan las armas. Son los partidos y círculos islamistas.
Horas después de la voladura del palacio del Gobierno y de una comisaría cercana al aeropuerto Abu Djarre Soltani, líder del MSP, un pequeño partido islamista moderado que forma parte de la coalición gubernamental, insistía: "Las puertas no deben quedar cerradas para aquellos que quieren rendirse y, si lo hacen, deberán obtener los mismos derechos que todos los demás". "El presidente tiene derecho a decidir que sea así".
En un debate en la cadena de televisión Al Yazira, inimaginable en el canal público argelino, dos ex dirigentes del Frente Islámico de Salvación, Ould Adda y Anouar Haddam, condenaron los actos terroristas, pero recalcaron que el apaciguamiento del país pasaba por la reincorporación de todos los islamistas a la vida política. Un golpe de Estado abortó en 1992 la victoria electoral del FIS y desencadenó una guerra civil con cerca de 200.000 muertos.
Destacados miembros del FIS, como su portavoz Rabah Kebir, han regresado recientemente del exilio gracias a la reconciliación nacional, pero no se podrán presentar a las elecciones generales de mayo. Tampoco podrá hacerlo el islamista Abdalá Djabalá, líder del partido El Islah, que en las pasadas legislativas cosechó 38 escaños.
"Cuando se impide a Djabalá cualquier actividad política se manda la señal de que no hay esperanza de cambiar las cosas pacíficamente y que el régimen seguirá concentrando todo el poder en sus manos", denunció el jefe de El Islah en una reunión del partido celebrada en Annaba. Interior prohibió a la formación islamista concurrir so pretexto de no haber celebrado un congreso.
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