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Columna
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Municipal is beautiful

Pudiendo escoger, los gallegos preferimos un alcalde que sea honrado. Esta es una de las conclusiones menos llamativas -y más obvias- de la última encuesta conocida sobre cómo va lo nuestro, la del Clima Social de Galicia realizada por la Secretaría Xeral de Análise e Proxección de la Xunta. Es también una muestra de la importancia -escasa- que se le da a las elecciones locales. A pesar de que las municipales de 1931 fueron las que originaron el gran salto adelante que se conmemora este sábado 14 de abril, y pese a que fue una asamblea de municipios la que desbloqueó y sacó adelante el Estatuto de Galicia de 1936.

En España las elecciones locales se suelen considerar una especie de sondeos con fuego real. Lo que el petting a las relaciones sexuales, más o menos. Se pretende compensar el menoscabo con la dudosa alabanza de que en las municipales se vota a las personas, no a las siglas, como si esa teórica virtud no haya tenido consecuencias como Gil y Gil, por poner un ejemplo lejano. En Galicia, sin embargo, al revés de lo que se cree, las elecciones municipales tienen un fuerte componente político y una asombrosa coherencia ideológica, como demuestra el análisis desapasionado de los teóricos casos contrarios. A Coruña, por ejemplo, que según el blogger Manuel Arranca (municipais2007.blogspot.com) es a la política lo que Australia al reino animal, dada la rareza de sus candidaturas. Una ciudad basada en la jerarquía, en la que el socialismo era la encarnación del orden, los conservadores tenían prohibido desafiar el status quo y los nacionalistas aportaban la imagen de que aquello no era una componenda, como esos partidos agrarios que había en Polonia o en Hungría. La ausencia de la cabeza visible no ha provocado un big bang de ofertas, o un fenómeno de nostalgia sebastianista, como podría parecer, sino una apuesta fáctica por la marca de siempre mediante la diversificación de inversiones, del extracto centrista del PP al galleguismo franquiciado. Política pura.

Y en Vigo, sociedad creada sobre el conflicto y que se crece en la controversia, la oferta se renueva y se multiplica. La derecha se postula como conservadurismo de dígaselo con flores, el socialismo se serena y el nacionalismo se reafirma. Como incentivo contra el posible desánimo, florece el sotismo-galleguismo en forma de bisagra y despuntan los izquierdismos con garantía de firmeza. Quien se quede en casa es porque quiere. Y si bien en Ferrol hay que reconocer que las elecciones son tirar los dados otra vez, en Lugo se da a escoger al público entre la consolidación del pacovazquismo de rostro humano o la operación nostalgia. Ourense afronta el vértigo de si el mando global pasa de un bipartito PP-PP a un bipartito BNG-PSdeG. Santiago y Pontevedra recuperan el pasado medieval, sitiados por ejércitos que enarbolan, respectivamente, rosarios y grúas. Tamaña ebullición ideológica no es privativa de las ciudades. El caso de la concejala socialista de A Porqueira transfigurada en alcaldesa gracias a los votos del PP y que ahora pretende serlo de nuevo, bajo las siglas adecuadas, hace de esta pequeña corporación orensana un referente europeo de la ideología gubernamentalista. En Abegondo, además de las firmas originales, se puede optar por PP y PSdeG básicos, y en Ares se podrá elegir a dos gemelos, como en Polonia, pero peor avenidos. Y qué mejor propuesta sociopolítica para la Marbella gallega que la denominada Vecinos Independientes por Sanxenxo (VIPS) que promueve un ex alcalde.

En resumen, el tópico de que lo importante en las municipales son las personas y no la ideología no se sostiene. El problema es el elector, que parece votar pensando sólo en lo suyo. Según insinúa el sondeo de la secretaría, sin llegar a explicitarlo, los gallegos prefieren alcaldes que antepongan los intereses de la localidad a los de su partido (en evidente referencia a situaciones como Foz) y que sean próximos a los ciudadanos (es decir, comprensivos con sus virtudes y defectos, como potencialidades de negocio y necesidades constructivas). Tal como está el patio, las municipales son el último reducto del romanticismo partidario.

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