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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ser judío en Teherán

En los años cincuenta, y en el contexto del proceso de descolonización del Tercer Mundo, se produjo un notable cambio de rumbo de la diáspora judía residente en los países árabes. En Marruecos, la mayor parte de los 300.000 judíos emigraron a Israel, no porque se organizara persecución alguna contra ellos, sino por convicción sionista o, simplemente, porque creyeron que desarrollarían mejor sus potencialidades en un ambiente nacional propio.

Irán, que no es árabe, ni ha sido nunca formalmente colonizado, había sido también patria ancestral de una minoría judía desde hace 2.700 años. La creación del Estado de Israel supuso, sin embargo, un fuerte polo de atracción para la inmigración judía, acelerado por la revolución de Jomeini en 1979. Por ello, de los 140.000 judíos que había en Irán en 1950, hoy quedan poco más de 20.000.

Esa minoría, sin embargo, no quiere ser considerada como una quinta columna. En su inmensa mayoría no desea abandonar Irán, y cuando lo hace se dirige a Estados Unidos, donde también querrían emigrar muchos iraníes de credo musulmán. La comunidad judía, muy concentrada en Teherán, cuenta, por ley, con un diputado en el Parlamento (Majlis) y dispone de cinco colegios y tres sinagogas. Aunque no existe una legislación expresamente restrictiva, los judíos sufren limitaciones, como la de servir en el Ejército o alcanzar altos puestos de la Administración.

Pero su diputado, Maurice Mohtamed, se ha podido referir en público a las palabras del presidente Mahmud Ahmadineyad, cuando éste apeló a la destrucción del Estado de Israel, diciendo que había ofendido no sólo a los israelíes, sino a los judíos del mundo entero.

Incluidos los de Irán.

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