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Columna
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Pensar la izquierda

Antonio Elorza

A fines de los años ochenta, el gran historiador e hispanista francés Pierre Vilar me hacía una reflexión cuya validez se mantiene. En torno al 68, señalaba, la evolución del mundo se presentaba cargada de acentos positivos, y sin embargo se registró una eclosión del pensamiento revolucionario. Veinte años más tarde, las contradicciones del capitalismo, el fracaso del desarrollo económico en el Tercer Mundo, apuntan a la necesidad de una transformación radical, y sin embargo nadie habla de revolución.

Tal vez en la explicación de esa paradoja resida el núcleo duro de la actual crisis de la izquierda, que no puede ser interpretada como simple efecto de la traición a unos ideales todavía vigentes ni como resultado de la hegemonía del pensamiento conservador. Resulta curioso ver cómo supuestos marxistas tienden a adoptar este enfoque cargado de idealismo que, eso sí, les permite cargarse de buena conciencia y apuntalar la consiguiente división maniquea del mundo entre los puros (ellos y quienes son como ellos) y los impuros, todos los que han renunciado al objetivo revolucionario. Tal pureza además es fácil de mantener, ya que en ausencia de perspectivas revolucionarias la profesión de fe tiene ante sí un chivo expiatorio fácil, el antiamericanismo, y carece de riesgos personales. Y como suele ocurrir con las construcciones maniqueas, libera a sus portadores de la incómoda tarea de pensar la realidad. Con ser verbalmente antisistema, casi todo vale, e incluso puede producir ganancias, si nuestro revolucionario (o revolucionaria) trasnochado/a se apunta a la Alianza de las Civilizaciones o, en estos últimos tiempos, a respaldar ciegamente al Gobierno esgrimiendo el espantajo del PP "fascista".

Algunos ejemplos. Para tales personajes, sólo desde la tradicional incomprensión propia de Occidente puede ser puesto en cuestión el acceso del país de los ayatolás y de Ahmadineyad a la condición de potencia nuclear. O por citar un caso más concreto y reciente, las declaraciones de la marinera británica capturada serán la prueba de la agresividad británica y no la muestra repugnante de un tipo de presión totalitaria sobre el cautivo, vista 1.000 veces para quien quiera verlo en Irán desde 1979. Mirando hacia casa, no falta quien acepte como colegas a los defensores directos o indirectos del crimen político en Euskadi: santa autodeterminación obliga. Así que a "dialogar" como sea, marginando a las reaccionarias víctimas del terrorismo. Y como los maniqueos vienen bien para la versión simplificada de la política preferida por Zapatero, nada tiene de extraño su presencia y ascenso en medios estatales y allegados.

Es la conclusión de un camino hacia ninguna parte iniciado para la izquierda radical hace casi cuatro décadas, cuando en torno al 68 tuvieron lugar las últimas grandes movilizaciones obreras de la historia europea y con el aplastamiento de la "primavera de Praga" quedó de manifiesto la imposibilidad de reformar el sistema soviético. Además, la crisis de los 70 abrió un proceso en el curso del cual la reestructuración capitalista invalidó las políticas de redistribución al uso en la socialdemocracia. Hubo que abandonar la utopía y repensar la reforma. Sólo que muchos intelectuales de izquierda fueron incapaces de asumir que el fracaso de los comunismos no era sólo técnico, sino que supuso el feliz desplome de unos regímenes tiránicos, con un grado de inhumanidad a veces incomparablemente superior al de la "opresión capitalista". Pensemos en Mao o Pol Pot, o veamos La vida de los otros. Pero el sectario tiene la piel dura. Incluso desde el 89, muchos siguieron y siguen aferrados al clavo ardiendo de Cuba, e incluso sueñan hoy con el modelo de Chávez. A más de uno le convendría la etiqueta de "fascismo rojo". De este modo conservan su cuota en el mercado de las ideas.

La responsabilidad no es, pues, sólo del capitalismo, aun cuando éste en su grado de evolución actual haga más necesaria que nunca la existencia de un pensamiento crítico que tenga su referencia en los que son hoy sus portadores viables, los partidos socialdemócratas y los movimientos ecologistas. Sin servilismo, reconociendo la complejidad de lo real, la frecuente necesidad de criticar a dos bandas, y la exigencia de distanciarse de quienes siguen exhibiendo un rentable radicalismo verbal.

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