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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La leyenda de un poeta

Juan Ramón Jiménez ocupó su madurez reescribiendo y ordenando su obra. Sánchez Romeralo remató el empeño en 1978, cuando dio a la imprenta un volumen que ahora reedita María Estela Harretche.

LEYENDA (1896-1956)

Juan Ramón Jiménez

Edición de Antonio Sánchez Romeralo y María Estela Harretche

Visor. Madrid, 2006

1.186 páginas. 40 euros

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Vigencia de Juan Ramón

La abrumadora tarea poética de Juan Ramón Jiménez sólo puede equipararse al tormento de Sísifo, condenado a arrastrar una y otra vez a la cumbre de un monte una piedra que inexorablemente volvía a rodar abajo, en un proyecto abocado a no completarse nunca. En el 'Prefacio' a los dos volúmenes de la Obra poética (2005), los profesores Javier Blasco y Teresa Gómez Trueba se quejaban del penoso estado editorial del autor, que, incurias culturales al margen -no todas imputables a la predominancia del realismo en la España de los cincuenta-, debe mucho a la concepción juanramoniana de una escritura siempre recomenzada, lastrada por la maldición de no poder cuajar en unas auténticas "obras completas". La maldición no es gratuita, pues en el poeta de Moguer confluyeron desde muy temprano dos determinaciones contrapuestas: la fidelidad a una idea dinámica de la poesía, regenerada de cabo a fin en las sucesivas oleadas de su creación, y la propensión a la Obra perfecta y atenida a un sistema cerrado, en que cada una de sus piezas habría de ensamblarse con las restantes. Fluencia y estasis, alas que invitan al vuelo y raíz que se aferra al suelo, por más que Juan Ramón pretendiera "que las alas arraiguen y vuelen las raíces": un imposible metafísico.

Entre 1953 y 1954, el poeta deci

dió recomponer toda su producción, urgido por un deber -vital, y no sólo estético- de actualizarla conforme a las nuevas luces que le obligaban a reconsiderar lo escrito y lo vivido: "No tengo que añadir que nunca me quedo contento al dar al público un libro. Al contrario. En el momento en que recibo el primer ejemplar impreso deshago su encuadernación y empiezo a cambiarlo todo, es decir, a empezar otra vez". Pocas veces se ha reflejado con tal desvalimiento la obsesión insomne por una reescritura a la que le empujaba su propio crecimiento. Pues en el programa que debía desembocar en Leyenda no alentaba sólo la necesidad de reeditar los poemas de su juventud o su primera madurez en 1956, sino desde 1956, en un perenne movimiento de flujo y reflujo, según señala Sánchez Romeralo, editor, pero también reconstructor, de este universo insondable. El mundo terminal y la hondura totalizadora de sus libros americanos -editados por Alegre Heitzmann en Lírica de una Atlántida- alumbran con sus resplandores blancos la poesía primera, a la que somete a revisión, y al poeta primero, al que somete a reviviscencia. Este empecinamiento en la abolición del Tiempo había comenzado más atrás, al menos desde que se publicaron, en 1923, sus libros Poesía y Belleza. La reconformación de su mundo está recogida en unos versos de Belleza, que expresan la ósmosis entre el autor y su obra, así como el vaciamiento existencial del poeta en su escritura, y que en Leyenda aparecen en versión prosificada: "Crearme, recrearme, vaciarme hasta que el que se caiga muerto de mí, un día, en la tierra, no sea yo".

Esta vocación de recrearse va

ciándose ("Cuando yo escribo desaparezco por completo") fue mudando de forma aunque no de sentido. Poco antes de su muerte, se propone editar toda su escritura en siete libros, que se llamarían Metamorfosis, el primero de los cuales, dedicado a la poesía, llevaría por título Leyenda (los otros contendrían la prosa lírica, la crítica, los aforismos, las cartas, las traducciones y los complementos). La tarea de Sánchez Romeralo, que alcanzó a ultimar el tomo de sus poesías y el de los aforismos (Ideolojía, 1994), no cesó en 1978, año de la primera salida de Leyenda, sino que prosiguió hasta su muerte en 1996, consciente de que, tal como afirma María Estela Harretche en la introducción a esta renovada edición, "harían falta más de cien años de vida y otros tantos de trabajo para llevar a cabo todo lo planeado por el poeta". El resultado es un monumento inmarcesible a la belleza, testimonio de una existencia volcada a la poesía y fuente en la que beben los poetas que habrían de sucederle. A la postre, Juan Ramón había augurado que "cada vez que en España se levante una minoría, volverá la cabeza hacia mí como al sol". En lo tocante a la lírica española del siglo XX, no hay quien dé más.

Juan Ramón Jiménez (Moguer, 1881-Puerto Rico, 1958).
Juan Ramón Jiménez (Moguer, 1881-Puerto Rico, 1958).EFE

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