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Barcelona inclusiva y exclusiva

Ante el horizonte de las elecciones municipales, se empiezan a plantear balances de estos cuatro años. Existe un amplio sentimiento de descontento, un cierto consenso de desacuerdo con la gestión municipal en Barcelona, empezando por la realización de un Fórum 2004 que nadie quería y que fue un fracaso nunca reconocido oficialmente, y terminando con la actual fase, antipática y de ausencia de ideas. Sin embargo, se ha de reconocer que en ciertas áreas, como Bienestar Social, Medio Ambiente, Educación e incluso en Política del Suelo y Vivienda, y en ciertos distritos, como Sants-Montjuïc (Imma Moraleda) y Horta-Guinardó (Elsa Blasco), la gestión ha sido prometedora, avanzada y honesta.

Hay dos posiciones en el Ayuntamiento de Barcelona: la que defiende la mano dura y la que intenta incluir
El ciudadano considera que la vitalidad participativa de los barrios no tiene reflejo en el Ayuntamiento

La política aplicada en Bienestar Social define un cambio sustancial: un marco conceptual procedente del mundo universitario y de las teorías sociológicas más avanzadas, que parten de la premisa de que la tradiciones de la socialdemocracia en política y urbanismo, y del Estado del bienestar, pueden ser reestructuradas desde una perspectiva progresista, lejos de caer en la posición neoconservadora de decretar su crisis total. La política social toma como marco el Plan Municipal para la Inclusión Social, Barcelona inclusiva (2005-2010), que bajo el impulso del equipo dirigido por el concejal Ricard Gomà, profesor universitario especialista en políticas sociales, parte de un detallado análisis del estado de la cuestión social en Barcelona, detectando cuáles son los sectores más pobres y vulnerables, buscando diversas soluciones para favorecer su inclusión y para fomentar la acción comunitaria, creando redes de cooperación y coordinando todas las sinergias posibles.

Además de los servicios sociales convencionales se ha puesto en marcha la teleasistencia para personas ancianas; planes de acogida y formación para inmigrantes; programas para promover una vida autónoma a disposición de las personas discapacitadas; hay servicios y programas para las familias con infancia y adolescencia en riesgo, y para los sin techo se han ampliado los servicios y se ha reforzado la red de colaboración entre la iniciativa pública y lo que se ha denominado la "iniciativa social", en este caso las 19 ONG que atienden a los sin techo, en unos casos con convenios para cubrir una parte de los gastos y en otros de manera concertada para asumir todo el presupuesto.

Por este contacto con la realidad de una ciudad que se ha transformado radicalmente en 15 años, con cambios en el sistema productivo, la inmigración, la diversificación de las estructuras familiares y la mayor visibilidad de los riesgos, Gomà ha estado atento a los movimientos sociales y ha mantenido una posición autocrítica con algunas medidas municipales. Desde Bienestar Social se tienen claras las insuficiencias de una sociedad contemporánea obsesionada por el control, sumisa con la especulación inmobiliaria y reprimida por la hipocresía de unas normas cívicas. Y se comprueba que la dureza de estas condiciones sólo se puede compensar con acciones sociales que contrarresten la tendencia a la exclusión.

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Por eso da la impresión de que dentro del actual Ayuntamiento de Barcelona hay dos posiciones diferenciadas: por una parte, la que defiende la mano dura, a lo Giuliani en Nueva York, desoye a los vecinos, prohíbe y reprime, la que creó y defendió las normas contra el incivismo, en definitiva, la que cede a los intereses financieros e inmobiliarios, turísticos y de imagen. Y por otra parte, la que intenta incluir, ayudando a reinsertar, la que atiende a los que otros presionan, estigmatizan, marginan y desalojan.

En este sentido, el actual alcalde ha dejado claro que no aceptará ningún tipo de participación que no sea atravesando los angostos, burocráticos y laberínticos cauces establecidos, demostrando más voluntad de poder que capacidad para entender la complejidad real de la ciudad.

Son paradojas de la globalización, de la que Barcelona forma parte y que genera un discurso ideológico distinto de lo que en realidad sucede y se hace. Y ahí radican las posiciones diferenciadas en unas instituciones que no son homogéneas: mientras algunos toleran los mecanismos de exclusión, otros, con compromiso personal, promueven programas y ayudas sociales para la reinserción laboral y el acceso a un cobijo. En un mundo que crea más excluidos y más vida basura, cada vez se tienen que crear más programas de inclusión para intentar recuperar a los excluidos. Y ahí sólo hay una solución: deconstruir esta perversa dualidad exclusión/inclusión, que se retroalimenta y que genera drama personal y gasto social.

Entre la ciudadanía existe la conciencia de que la variedad cultural y la vitalidad participativa que se da en los barrios no encuentran reflejo ni resonancia en la cúpula del Ayuntamiento, que sigue con su discurso triunfalista y desarrollista, que promueve un único tipo de habitante para la ciudad, de cuello blanco y corbata, y que fomenta la exclusión de los demás modos de vida. Por eso se ve la necesidad de una democracia más directa y más completa; que si continua un gobierno municipal progresista lo haga con una política más vinculada a la sociedad y menos a las maquinarias partidistas. Por lo tanto, una democracia que permita votar directamente a aquellos que la ciudadanía identifique como sus aliados, los que en cada barrio han sido receptivos a las necesidades de los vecinos. ¿Para cuándo una auténtica democracia participativa, con listas abiertas? Mientras tanto, y a pesar del dominio, las normas y el secretismo del poder municipal, afortunadamente, la crítica, la disidencia y la diversidad son la mejor y más creciente característica de la Barcelona actual.

Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la Escuela de Arquitectura de Barcelona (UPC).

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