Más de lo mismo
La presidenta madrileña ha considerado positivas las manifestaciones del presidente del Grupo PRISA, no por el contenido de las mismas, sino porque venía a confirmar una percepción suya que al parecer se corresponde con la de otros muchos: supone para ella la confirmación de la falta de neutralidad de este grupo de comunicación. Los políticos populistas, y Esperanza Aguirre lo es sobremanera en su tendencia a la demagogia, suelen respaldar sus convicciones con la implicación de otros muchos. Pero en este caso la verdad es que esos otros son fácilmente identificables entre su clientela, ya sea la que se manifiesta con ella entre símbolos del pasado o la que recibe sus favores. De modo que Aguirre lo que quiso decir es que no se había sorprendido por la opinión expresada por Jesús de Polanco, que no había nada nuevo en sus manifestaciones. Y, en efecto, no lo había: Polanco vino a expresar públicamente el mismo miedo que sienten muchos otros ciudadanos de derecha, izquierda o centro ante el comportamiento de sus compañeros de cúpula del PP. No se trataba de uno de los discursos formales en una junta de accionistas ni de la descripción de la línea editorial del Grupo, sino de la respuesta espontánea en el turno de preguntas sobre las dificultades que presenta el ejercicio de la neutralidad en un panorama concreto de nuestra realidad política. Y estimó que eso requería la descripción personal de esa realidad.
Pero la discrepancia de Aguirre con esa visión de la realidad es lo que le ha servido, según dice, para confirmar lo que ella ya tenía muy claro: la falta de neutralidad de PRISA al no coincidir con su propia visión de la realidad. Los liberales, y ella siempre ha querido venderse como tal, no suelen ver en la discrepancia precisamente una perversión, y mucho menos intentan acallar al discrepante con castigos y chantajes, pero el peculiar liberalismo de Aguirre quizá se deba a una concepción tan castiza como inédita del liberal. Así que del mismo modo que la presidenta de Madrid no se ha visto sorprendida por las opiniones del presidente de PRISA -ya tenía un juicio formado sobre Polanco y sus medios- tampoco los madrileños se habrán sorprendido ante la reacción de su presidenta en su apoyo entusiasta al boicot decretado por la cúpula de su partido contra unos medios que no le bailan el agua. Ya es demasiado conocida la relación de Aguirre con la libertad de expresión y el caso de Telemadrid constituye un paradigma de comportamiento que pone en entredicho su condición de liberal, pero incluso a aquellos que no vean incompatibilidad entre el liberalismo y las banderas de la agitación, que la jalean y la sitúan de un modo destacado en el sector más radical de su partido, es posible que les cause ahora alguna extrañeza que esta singular liberal tampoco respete la libertad de empresa.
Con todo el respeto al derecho a la ingenuidad de quien quiera creerse que una liberal es lo que no es, si lo de Polanco es más de lo mismo, lo de Esperanza Aguirre es la confirmación de Esperanza Aguirre. Y el PP, con su boicoteo, no ha hecho otra cosa que confirmar lo que Polanco y muchos otros ciudadanos temen. Porque tampoco es nuevo el boicot decretado por el PP el viernes pasado al Grupo PRISA. Ya José María Aznar lo había emprendido con una persecución histórica en el pasado, a la que la justicia puso fin. Y no sólo PRISA, sino muchas otras empresas de comunicación han pasado por duras pruebas de presión y burdo chantaje del PP. Por no hablar de la cantidad de profesionales cuyas cabezas han sido cercenadas por las conspiraciones del PP o las han salvado de puro milagro. Pero en lo que tiene que ver con PRISA, basta ver ahora la lista de licencias de televisiones concedida por el Gobierno madrileño para contemplar con la mayor claridad del mundo el sentido de la neutralidad de Esperanza Aguirre.
Hasta hace bien poco me he opuesto a quienes quieren otorgar a Madrid el dudoso privilegio de ser el escenario, sino exclusivo al menos destacado, de una situación inédita de confrontación. Pero debo reconocer a la presidenta madrileña un cierto éxito en su voluntad de convertir a Madrid en la capital por la que los monstruos de Goya se pasean y en la que la España más vieja y peligrosa asienta sus reales. Ella debe estar convencida de que así se llega antes no sólo a la Puerta del Sol, sino al palacio de la Moncloa. No se trata de una estrategia nueva; lo nuevo sería que pudiera llamarse liberal a quien la emprende.
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