La bolsa o la vida
"Es comprensible que, obviamente, si aparece una bomba no van a seguir inventariando", dijo ayer el presidente del tribunal, Javier Gómez Bermúdez, al interrogar a la agente de policía que la noche del jueves 11 de marzo halló en la comisaría del Puente de Vallecas la bolsa de deportes con la bomba y el teléfono-temporizador dentro. La bolsa había salido de la estación El Pozo, fue llevada junto con otras bolsas con efectos a la comisaría de la Villa de Vallecas y del Puente de Vallecas, y no se admitieron en ambas comisarías. Por ello, fueron trasladadas a Ifema. Más tarde, desde la comisaría de Puente de Vallecas los policías fueron enviados a Ifema para recoger esas bolsas antes rechazadas y esta vez sí fueron depositadas en esta comisaría.
Supuestos abogados de víctimas han optado en el estrado por la estrategia del calamar
Hercules Poirot nadaría a sus anchas en esta historia, y no podría resistir la tentación de construir teorías rocambolescas que tendrían una venta asegurada. Pero, no, no es la construcción de una novela lo que intenta hacer el presidente del tribunal, el magistrado ponente Gómez Bermúdez, quien, ha intentado poner orden en el caos burocrático de aquella dramática jornada, lo cual puede ser de interés a la hora de relatar los hechos probados.
Ayer, en una maratoniana sesión prestaron testimonio 16 policías, la mayor parte de ellos en relación con el viaje de las bolsas de El Pozo a las comisarías, de estas a Ifema y desde aquí a Puente de Vallecas. La agente -ahora testigo protegido- sólo llevaba dos días en la Policía -¿no es de película?-. Su voz ante el tribunal es suave, vivaz, diligente, y, por así decir, radiofónica. A las diez de la noche del 11-M se presentó en la comisaría del Puente de Vallecas. Ella y un compañero -tan preciso como ella cuando hizo su relato ante el tribunal- hicieron el recuento de las pertenencias procedentes de la estación de El Pozo, todas ellas envueltas en bolsas grandes verde oscuras. De repente, la agente novata descubre en una de esas bolsas -tras abrir varias, en número que no puede precisar- un teléfono color azul, cables y un paquete. Mira el teléfono y advierte que está apagado. Lo comunica a la subinspectora y deciden desalojar la comisaría. El recuento se interrumpe. Llaman a los Tedax. Estos se presentan y gracias a Pedro el manitas, en la madrugada del 12 de marzo se desactiva la bomba. La tarjeta del teléfono móvil permite desenredar el ovillo de la operación terrorista. Pero, claro, "¿cómo es posible que el hallazgo de la agente no conste en la lista de objetos? ¿No será más cierto que alguien de la Policía introdujo la bomba?, preguntó ayer un letrado.
Desaparecida la mano invisible de ETA en el 11-M -la mano que meció a Jamal Ahmidan, El Chino, o mejor dicho, que selló con él un fantástico contrato a la siciliana para ejecutar el atentado-, los autores intelectuales de las preguntas que recitan en estrados presuntos abogados de víctimas y letrados de algunos acusados han optado por la estrategia del calamar. Los policías han confirmado que no ha habido ningún agujero negro en la custodia de las bolsas. Cuando los polis responden a ciertas preguntas se les nota asombrados. Es el mundo al revés. Pero ese mundo vuelve a ponerse de pie cuando el presidente del tribunal dice: "Es comprensible que, obviamente, si aparece una bomba no van a seguir inventariando...".
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