Una bomba yendo y viniendo por Madrid
El juicio reconstruye minuto a minuto el viaje de la mochila que no explotó en la estación de El Pozo
Hay policías que hablan del olor inconfundible de las almendras amargas y se quedan tan tranquilos y otros que cuando quieren decir sí dicen afirmativo y encima la voz les tiembla como un flan. Los primeros, los héroes que desactivan bombas y además se adornan al contarlo, declararon el lunes, y a los segundos, los del escalón más bajo del edificio policial, les tocó el turno ayer. Lo que sucede es que el azar quiso que uno de estos agentes, un muchacho que el 11 de marzo de 2004 cumplía su segundo día de trabajo vestido de azul, pasara aquella tarde yendo y viniendo por Madrid conduciendo una furgoneta blanca con una bomba agazapada en la parte de atrás.
-¿Contaron ustedes las bolsas que recogieron en la estación de El Pozo?
-Negativo, señoría.
Cuando los agentes más novatos del turno de tarde se presentaron en la comisaría del Puente de Vallecas ya estaba esperándoles un encargo muy triste. Tenían que coger las dos furgonetas sin distintivos -maxizetas en el argot policial- y dirigirse a la estación de El Pozo, donde otros agentes ya habían metido en grandes bolsas de basura los enseres perdidos por las víctimas. Un pantalón con la etiqueta de El Corte Inglés, un discman marca Aiwa, un CD de David Bisbal. "Las bolsas estaban depositadas en los andenes. Eran de un verde oscuro casi negro. Las fuimos sacando por un agujero abierto en la tapia por la explosión y metiéndolas en las furgonetas. Estaban cerradas, algunas con un nudo y otras con cinta de empaquetar".
Una vez cargadas las furgonetas, los agentes llevaron los enseres a la comisaría de Villa de Vallecas, pero allí les dijeron que no había sitio y que se dirigieran a la de Puente de Vallecas. "Pero allí nos dieron una nueva orden. Aquel día fue un caos, señoría. Nos dijeron que las lleváramos a Ifema. Las dejamos en el mismo pabellón de los cadáveres, el número seis, pero algo apartadas, vigiladas por agentes de la unidad antidisturbios". Ni una hora después, los policías de las furgonetas recibieron el encargo de recuperar las bolsas y llevarlas de nuevo a la comisaría del Puente de Vallecas.
-¿Y recogieron las mismas bolsas que habían dejado?
-Afirmativo, señor.
La sesión de ayer conoció los testimonios de 16 policías. Se trataba de reconstruir minuciosamente aquel trayecto de ida y vuelta, viajar tres años en el tiempo para saber por qué aquella noche, cuando finalmente las bolsas fueron depositadas y abiertas en la comisaría del Puente de Vallecas, en una de ellas se encontró una mochila con una bomba dentro. El mismo azar caprichoso que puso a un policía en su segundo día de trabajo al volante de una furgoneta con una bomba yendo y viniendo por Madrid quiso que también fuera una agente en prácticas la que descubriera el artefacto. ¿O tal vez no fue el azar caprichoso?
-¿En algún momento de la tarde pararon a echar gasolina?
-Negativo, señor.
Hay dos explicaciones para lo que sucedió aquella tarde. Una -tal vez la que en condiciones normales suscribiría el común de los mortales- es que la mochila con la bomba sin explotar no fue localizada por los perros adiestrados de la policía entre el caos de destrucción y muerte que fue aquel día la estación de El Pozo y terminara en una de aquellas bolsas de color verde oscuro casi negro. Otra -y ya no hace falta decir quién la patrocina- es que una mano negra introdujo esa bolsa en algún momento, para que fuera descubierta, desactivada, localizado el origen del teléfono móvil y finalmente detenidos los presuntos autores de la masacre. En eso, y no en otra cosa, se centró la mayor parte de la jornada de ayer. Una lista interminable de policías -la mayoría de la escala básica- respondiendo una y otra vez a las mismas preguntas, buceando en sus memorias, parapetados en su nerviosismo y en sus respuestas escuetas, afirmativo va y negativo viene, sorprendidos aún de que su frágil currículo -el mismo que aquel día les deparara el quehacer más triste de la tarde- los estuviese colocando ahora en la diana de todas las dudas.
Al final de la mañana declara un guía canino. El agente relata que él fue el encargado de revisar un Skoda Fabia de la empresa de alquiler Hertz que los terroristas abandonaron y fue localizado a mediados de junio de 2004. "Llevamos dos perros para ver si había explosivos. Uno se sentó al lado del coche, que es la señal para decirnos que sí ha olido el peligro. Y el otro no, no se sentó". Todo el que quiera saber sabe que la efectividad de los perros de la policía es muy limitada. Unas veces huelen el explosivo y otras no. No es extraño por tanto que aquel día de marzo -entre restos de dinamita y de cadáveres- los perros pasaran de largo junto a una bolsa perdida en la estación de El Pozo. Lo que sí parece extraño es que todos aquellos agentes en prácticas -también la muchacha de la coleta que abrió la mochila y se pegó el susto de su vida- participaran aquella tarde del caos en la gran conspiración de la mano negra.
¿O tal vez no?
LA CUSTODIA DE LA BOMBA
Seis policías declaran que la mochila de Vallecas siempre estuvo vigilada
Seis agentes encargados de trasladar y vigilar la mochila que contenía la bomba desactivada en un parque de Vallecas declararon ayer en el juicio que el artefacto explosivo estuvo custodiado en todo momento.
El control de la furgoneta que usaron los terroristas
El agente que escoltó la furgoneta utilizada por los terroristas hasta la Comisaría de Policía Científica desmiente las teorías de la manipulación de pruebas.
"Nadie puede decirme a mí que no había metralla"
El marido de una víctima mortal del 11-M, miembro de la AVT, rechaza la teoría de la conspiración y declara que él retiro un clavo de metralla del cuerpo de su mujer.
LA VISTA AL DÍA
El seguimiento de las tarjetas telefónicas utilizadas para los atentados
El tribunal que juzga los atentados del 11-M interrogará hoy a varios testigos relacionados con las tarjetas telefónicas utilizadas por los terroristas para fabricar los artefactos explosivos con los que atentaron en los trenes.
LA VIGILANCIA DE LA BOMBA DESACTIVADA EN VALLECAS
Traslado al Ifema: "La mochila estuvo en una zona acotada en el pabellón seis. Siempre estuvo vigilada, con cinta policial y con la identificación de efectos personales de víctimas de El Pozo".
Vuelta a Vallecas: "Cuando regresamos a la comisaría de Puente de Vallecas, depositamos los efectos de El Pozo en una habitación cerrada bajo llave y con un funcionario custodiando la puerta".
Hallazgo en comisaría: "Encontré una bolsa en la que había un móvil del que salían unos cables que estaban conectados a un paquete envuelto en plástico. Era evidente que se trataba de una bomba".
Inventario detenido: "Cuando encontramos la bomba, las labores de clasificación de efectos se pararon, por eso el contenido de esa bolsa no fue clasificado y no aparece en ninguna relación de las 17 bolsas catalogadas".
El control de la furgoneta de Alcalá: Un agente vigiló el traslado de la Kangoo (usada por los terroristas) desde Alcalá hasta su entrega a cuatro funcionarios de la Comisaría General de la Policía Científica entre las 14.00 y las 14.30 del 11-M. El funcionario aseguró ayer que "jamás" perdió de vista el vehículo durante el viaje y que "nadie se acercó".
Otra sospecha infundada: El Gobierno del PP aseguró en un documento llamado "Toda la verdad en tiempo real" que el furgón llegó a Canillas "entre las 15.00 y las 15.30". Los teóricos de la conspiración han hecho caballo de batalla de la diferencia horaria.
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