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"Vamos a celebrar un segundo San José"

Ignacio Zafra

"Aquí la movida empieza el jueves y dura hasta el sábado por la noche, a las cinco y media, seis de la mañana; un griterío enorme. Yo vivo en un quinto piso en la finca aquella nueva. Tengo cristales dobles y hay veces que la televisión la tengo que poner alta porque el griterío de la calle puede con ella. Y me dejo el coche en casa. Porque ha habido noches que al volver no lo he podido meter en el garaje. Y si decía algo, pues una de dos: o le rompía yo la cara a quien fuera o me la rompían a mí, que era lo más fácil. Entonces nada, decidí no sacar el coche", comentaba ayer Pepa Muñoz, de 70 años bien llevados, camino de su casa en el número 42 de la calle Juan Llorens. Algo así como el epicentro de la próxima Zona Acústica Saturada (ZAS). Antes de despedirse añadía: "La alcaldesa, o quien fuera del Ayuntamiento, tenía que haber tomado esa decisión hace tiempo. Porque se ha protestado, ¿eh?, y mucho. Yo llevo 12 años aquí, y la gente está muy quemada".

La noticia de la declaración ZAS de Juan Llorens corría ayer por una calle en la que uno de cada dos bajos lo ocupa un garito. Y en la que la mayoría de los vecinos había perdido toda esperanza de que su descanso y la vida nocturna pudieran coexistir. María Roca Paje, de 43 años, empleada en el Registro Civil, decía: "Yo entro a trabajar a las siete. Así que un jueves por la noche dormía... cuatro horas. De tres a seis. Digo cuatro porque pegaría algún cabezazo viendo la tele a primera hora de la noche". Paje lleva 22 años viviendo arriba de Carioca, uno de esos locales que hacían crecer la fama de la zona mientras les hacía la vida imposible a los amigos. "Estoy loca perdida ya. Llevo 22 años y no rijo, ¿sabes? Porque lo que pasaba aquí era evidente, y seguían abriendo locales. Muchos de estos son nuevos. Y todos los vecinos estarán... Si se conoce hoy, hoy se celebrará aquí un segundo San José".

Para saber las noches que los habitantes de la calle Juan Llorens pasan, cada semana, de jueves a domingo, hay que haber vivido en ella, decía ayer más de uno. Josep Lluís Romero, de 48 años, miembro de la asociación vecinal que denunció el caso a los tribunales, explicaba que los bares cierran a las tres y media de la madrugada. Pero que en realidad no lo hacen hasta las cuatro. A esa hora la fiesta sigue en la calle, al ritmo de los altavoces de los coches, aparcados en segunda y en tercera fila. A las seis llega el camión que recoge las botellas. Luego aparece el de la limpieza... "Hemos vivido una absoluta tortura", decía Romero, "y cumplimos todos los requisitos para ser una ZAS". Así lo subrayó también la asociación vecinal Arrancapins-La Petxina, que recordó que el contencioso con el Ayuntamiento se remonta a 1999.

No todo es ruido en una zona de copas. Sagrario Pérez, de 77 años, aseguraba ayer que lo que más le preocupaba era el miedo a que una noche le ocurriera algo y ninguna ambulancia pudiera llegar a su portal. "Cuando venimos en taxi", comenta, "me tiene que dejar allí", y señala Ángel Guimerá. "El ruido no lo oigo porque vivimos en un cuarto y el dormitorio lo tenemos al otro lado. Pero yo que salgo pronto por la mañana me encuentro esto hecho un asco. De vomitados y de todo".

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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