Psicosis en el metro
Durante los últimos meses, los usuarios del metro de Madrid vienen sufriendo un continuo y creciente deterioro del servicio. Disminuye la frecuencia del paso de los trenes, el acondicionamiento ambiental empeora y crece la sensación de inseguridad entre los viajeros debido a las frecuentes peleas que se producen en los andenes y en los coches. A esta degradación se ha sumado recientemente la multiplicación de accidentes con heridos, hasta el momento afortunadamente leves. El pasado día 8 se desprendió el motor de una de las unidades que circulaban por la línea 5, el tren frenó bruscamente y hubo 13 heridos leves; el viernes pasado, el descarrilamiento de un tren en la línea 7 tuvo como resultado tres contusionados. Estos dos últimos accidentes han exacerbado la percepción de peligro entre los usuarios.
La explicación más plausible para esta cadena de accidentes -uno cada tres días en lo que va de año- es que las inversiones en mantenimiento no son suficientes para garantizar la calidad del servicio, que probablemente se ha quedado corto en relación con una demanda creciente provocada por el aumento de la población. La Comunidad de Madrid prefiere destinar las inversiones a la apertura de nuevas estaciones, lo que está muy bien, pero no si es a costa de las necesarias para mantenimiento. La Consejería de Transporte sostiene la hipótesis del sabotaje para explicar lo ocurrido: aduce como indicios el descubrimiento de un artefacto simulado, cortes de cables en aparatos de seguridad o actos vandálicos cometidos en los vagones. Aunque un informe de la Jefatura Superior de Policía no excluye esa hipótesis, los sindicatos desconfían de esa explicación y llaman la atención sobre el hecho de que los trenes en que se han registrado los problemas tengan entre 20 y 25 años de antigüedad.
Mientras se aclara si las averías fueron o no intencionadas, resulta irresponsable alentar la teoría del sabotaje con insinuaciones y medias palabras. Provoca la inquietud entre los viajeros y deteriora un transporte muy útil para los ciudadanos. Y, sobre todo, genera un clima de hostilidad de los usuarios hacia los trabajadores del metro. La atmósfera en el transporte suburbano se está volviendo irrespirable, y no sólo por los manifiestamente mejorables sistemas de ventilación.
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