Adiós al cero
El Ministerio de Educación pretende eliminar el cero de las evaluaciones. Los artífices de tal "novedad" no se han enterado de que otros, o tal vez ellos mismos, con la anterior ley (¿o fue la anterior a la anterior?) ya lo habían eliminado. Es lo que tiene tanto y tan compulsivo cambio: que en el afán por poner cada uno su particular huevo, todos acaban mimetizando los errores. Y es que es difícil lograr ser originales en la estulticia. Los profesores de Secundaria lo sabemos bien: hemos debido calificar con 1 a alumnos que ni siquiera conocíamos porque no aparecían por clase, dado que el "no presentado" sólo se contempla en la evaluación extraordinaria de septiembre. Cualquier matemático (que no haya ocupado un puesto en la Administración educativa) sabe que el ahora ignominioso cero fue un hallazgo de portentosa eficacia para el cálculo, algo así como una revolución para la aritmética. Pero hete aquí que cuando de evaluar el rendimiento académico de nuestros algodonosos adolescentes se trata, la cosa cambia. ¿Para qué les vamos a dar disgustos a ellos o a sus progenitores por un quítame allá ese cero? ¿Qué necesidad hay de dar golpes bajos a la autoestima de nuestros lábiles estudiantes? ¿Qué más dará, después de todo, que no asistan a clase, no presenten trabajos ni exámenes o lo hagan siquiera sea con ínfimos resultados? Mientras exista la negra honrilla del modesto 1, ¿para qué lacerar la autoimagen pubescente con tan neuróticas matizaciones? Yo no sé qué dirán los filósofos por aquello del cero y del infinito. Pero me divierte pensar que a los médicos se les ocurriera "inventar" la inmortalidad a base de negar el electroencefalograma plano, las ningunas pulsaciones o como demonios se llame a ese punto cero, tan importante, que separa la frontera entre la nada y el algo.
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