Uno de los suyos
El tribunal del juicio del 11-M valorará en su momento la prueba testifical que prestó el comisario general a cargo de los Tedax Juan Jesús Sánchez Manzano el miércoles 14. Pero a juzgar por las preguntas y la actitud del presidente, Javier Gómez Bermúdez, no parecía esperar información relevante. Y eso se puede entender: sobre el tema de los explosivos utilizados en los atentados serán un ejército de peritos los que van a desfilar por la sala.
Si Sánchez Manzano, apartado de sus funciones en diciembre pasado, no aportó esencialmente nada nuevo, en cambio, ha servido para que los autores intelectuales de la teoría de conspiración y sus socios del Partido Popular echen una cortina de humo negro sobre el viaje a ningún puerto en el cual están embarcados. Se entiende. Cuando tienen que aportar indicios sobre la mano invisible de ETA, y sólo se limitan a farfullar preguntas a través de sus submarinos en el juicio -varias acusaciones que dicen representar a las víctimas y algunas defensas de los acusados- actúan como la gallina ciega. ¿Por qué?
El comisario Sánchez Manzano, o la cortina de humo negro de los conspiradores
Hay que ir al personaje inventado. La historia profesional de Juan Jesús Sánchez Manzano está vinculada a las carreras de otros dos hombres. Uno de ellos es Santiago Cuadro, que desarrolló su actividad policial en Córdoba y pasó a Valencia, a la Brigada Provincial de Información, cuando otro hombre, Juan Cotino, era concejal de la Policía Local en el Ayuntamiento de Valencia. Son los primeros años noventa. En mayo de 1996, al formarse el Gobierno de José María Aznar, Cotino es nombrado director general de la policía; unos meses más tarde, en julio, Cuadro es designado Comisario General de Seguridad Ciudadana. En diciembre de 1996, con el respaldo, entre otros de Cuadro, Sánchez Manzano ascendía a comisario. Un hombre alto y delgado, pelo blanco abundante con vetas azuladas, Sánchez Manzano, que luce siempre una piel bronceada, había ingresado en la policía en 1975, y estaba vinculado al Sindicato Profesional de la Policía, una institución conservadora. En 2002, ya bajo la dirección general de Agustín Díaz de Mera, y siempre con el apoyo de Cuadro, pasaba a hacerse cargo de los Tedax. No tenía idea de explosivos.
En la mañana del 11-M, según su relato y prestado ante el tribunal por José María Cáceres, el inspector a cargo de los Tedax de Madrid, tanto Cuadro como Sánchez Manzano estaban presentes en Atocha. Allí, después de descubrir una bolsa de deportes con una bomba en su interior, los Tedax intentaron desactivarla, sin éxito. Tras explotar hubo comentarios. Que si por la detonación del explosivo y su trayectoria debían ser 6.000 metros, que si el humo, en lugar de ser negro, como en los casos de explosivos militares, o en el de las marcas Titadyn, utilizada por ETA, y Goma 2 EC, era grisáceo tirando a blanquecino, o mira por dónde, el olor era diferente.
Estas valoraciones no son, lógicamente, científicas. Y pueden ser objeto de múltiples divergencias y especulaciones. Pero lo que parecía claro es que no se trataba de Titadyn. Sin embargo, Santiago Cuadro informó a su superior, el subdirector general operativo, Pedro Díaz-Pintado, pocas horas más tarde, sobre la una de la tarde, que el explosivo era Titadyn con cordón detonante. Blanco y en botella se dijeron los jefes policiales. Era ETA. A esa misma hora, aproximadamente, no lejos de Atocha, en la madrileña calle de Miguel Ángel, en la Dirección General de la Policía, hacía acto de presencia el ex director general, Juan Cotino, entonces delegado del Gobierno de Aznar en la Comunidad Valenciana. Cotino visitaba a Gabriel Fuentes, subdirector general técnico del gabinete del director de la policía. Según le explicó, sentado en su despacho, venía de la sede del partido Popular, en la calle de Génova. Cotino no tenía duda: había sido ETA. Fuentes objetó: las piezas no encajaban. Cotino repuso que si luego se obtenían datos diferentes, se aclararían, pero que todo apuntaba a ETA. Ambos, tras hablar unos minutos, bajaron a la calle para participar juntos en el acto de protesta de cinco minutos de silencio.
En la calle de Miguel Ángel, a las cinco de la tarde del 11-M, se celebra una reunión para repasar todos los datos, donde están presentes el subdirector general operativo, Díaz-Pintado; el director general de la Policía, Díaz de Mera; el comisario general de Seguridad Ciudadana, Cuadro; el subdirector general técnico, Gabriel Fuentes, y el jefe superior de Policía de Madrid, Miguel Ángel Fernández Rancaño. Jesús de la Morena, comisario general de Información, y Sánchez Manzano permanecen en la sede de Canillas, donde se sometía a inspección la furgoneta Kangoo hallada en Alcalá de Henares. La cinta de versos coránicos y los detonadores hallados ya eran, de por sí, un golpe contra las conjeturas sobre ETA. Díaz-Pintado, que ya sabe que no es explosivo Titadyn, vuelve a preguntárselo a Cuadro, quien confirma que ha sido un error. Díaz-Pintado pregunta por las mochilas trampa, un dato que también había conocido por Cuadro, quien dice que ha sido una apreciación errónea. Eran bolsas de deporte con bombas que no habían explotado. El rostro de Díaz-Pintado, según fuentes policiales consultadas, está desencajado. Porque es él quien se lo tiene que decir, cara a cara, al ministro del Interior, Ángel Acebes, poco después, antes de su próxima rueda de prensa prevista para esa noche. Estas secuencias retratan a sus personajes.
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