Teoría de cuerdas en la Casa Blanca
No se suele atribuir a George Bush una atención muy atenta a la física contemporánea, pero sí parece haber aprendido algo de los teóricos de cuerdas, cuyas ideas no son fáciles de resumir. Sin embargo, sí presentan un elemento fundamental: creen en la existencia de universos paralelos (por desgracia, no nos dan ninguna orientación sobre cómo abandonar este desgraciado universo). El presidente Bush ha extraído paralelismos políticos de sus ideas.
En el ámbito interno sigue comportándose como si viviéramos en un país que carece de la Constitución de Estados Unidos. No hay duda de que muchos jueces están de acuerdo. Según acaba de fallar un tribunal, la concesión de derechos a los extranjeros secuestrados pondría en peligro "secretos" oficiales. La defensa que hace la judicatura del poder ilimitado del Estado ensalza la imagen que de sí mismo tiene Bush como alguien "decisivo". El presidente sigue enfrentándose a la opinión pública, y también al rechazo de la guerra de Irak por parte de la oposición demócrata y por un creciente número de republicanos. Se ha burlado de esa oposición por su renuencia a poner fin a la presencia estadounidense en Irak retirando la financiación a las fuerzas invasoras. Es cierto que la oposición está dividida y que es incapaz de presentar una alternativa coherente. El senador Obama, su héroe actual, durante una charla para el lobby israelí en la que refrendó la más flagrante de sus falsedades, abogó por una presencia indefinida, aunque reducida, de EE UU en Irak. Quizá sea la oposición la que, con su idea de una sociedad estadounidense abierta a las alternativas y capaz de arrancarse los mitos y las realidades imperiales, esté en un universo paralelo e irreal. ¿Acaso Bush es el único realista que tenemos delante?
Está claro que en Europa ha demostrado más habilidad que sus críticos, que ven en el acuerdo entre EE UU y Corea del Norte una demostración de la nueva flexibilidad estadounidense, prescindiendo del hecho de que los demás países implicados (China, Japón, Rusia y Corea del Sur) rechazaron abiertamente el liderazgo norteamericano. Europa tiene su propia gama de universos paralelos. La opinión pública de la mayoría de los países se muestra enormemente crítica con la ideología y la práctica del dominio estadounidense. Multitud de académicos, burócratas, periodistas y políticos, con un conocimiento considerable de EE UU, coinciden con ella. Sin embargo, ante las exigencias estadounidenses, la mayoría de los Gobiernos europeos carece de capacidad e incluso de voluntad de resistencia. Blair ha convertido el Reino Unido en el Estado 51 de la Unión, pero no está claro que su supuesto sucesor, Brown, vaya a ser más independiente. La canciller alemana Merkel es demasiado astuta como para arriesgar su carrera política con un franco sometimiento, de manera que lo practica indirectamente. Además, la contiene la firmeza diplomática del ministro de Asuntos Exteriores socialdemócrata Steinmeier. Merkel no creció en Europa Occidental sino en la Oriental, donde la virtud de Estados Unidos radicaba en ser la antítesis imaginaria de la opresión soviética. Los checos y los polacos sufren la misma distorsión. Chirac viene siendo coherentemente incoherente, pero el compromiso de Sarkozy con EE UU y la insistencia de Royal en la autonomía europea están sobre el tapete en unas elecciones muy abiertas. En los últimos tiempos, aparte de Steinmeier y de Moratinos, ningún dirigente europeo se ha mostrado dispuesto a reconocer lo evidente: que la OTAN es un instrumento de la política exterior estadounidense y que los intereses de sus miembros son totalmente secundarios. Sin una política específicamente europea y con fuerzas militares insuficientes, los europeos responden impotentes a las iniciativas de EE UU, que van desde los planes de colocación de misiles en Europa Oriental hasta la desesperada campaña militar en Afganistán. Su apoyo a la campaña estadounidense contra Irán es abyecta e irresponsable.
Para fortalecer a sus aliados y sirvientes en Europa, la Casa Blanca ha proclamado una nueva flexibilidad en Oriente Próximo (sin tardar en explicar a sus propios partidarios que sólo es cuestión de relaciones públicas). Ha aceptado participar en la conferencia de seguridad sobre Irak, pero insistiendo en discutir con Irán y Siria sólo cuestiones que afecten al país ocupado, aunque es prácticamente imposible hacer compartimentos estancos de los complejos problemas de la zona. El Pentágono, los departamentos que organizan acciones encubiertas, los unilateralistas y sus aliados, los triunfalistas cristianos y los amigos de Israel mantienen su alianza. Pueden estar seguros de que los europeos no sugerirán que, además del hipotético arsenal de Irán, se hable del patente arsenal nuclear israelí.
Con un Gobierno alemán dividido, unas transiciones inminentes en Francia y el Reino Unido, una incertidumbre extrema en Italia y unos europeos orientales que, tras cambiar de bando, están revitalizando la Guerra Fría, Estados Unidos puede neutralizar sin problemas lo que de oposición queda en Europa. Al Departamento de Estado se le ha encomendado la representación de una racionalidad estadounidense que no se puede encontrar en ningún otro lugar del Gobierno. Poco a poco, se está consiguiendo que los europeos acepten los presupuestos más irracionales de EE UU: la primacía de la "guerra contra el terror", los peligros del "extremismo" islámico y la necesidad de sacrificar los derechos civiles y humanos a la movilización por la "supervivencia". Son premisas que no permiten reconocer ni la singularidad de otras naciones y pueblos ni la posibilidad de nuevas alianzas geopolíticas y socioeconómicas. Su aceptación por parte de los europeos, aunque sea a regañadientes, socava realmente la oposición dentro de Estados Unidos a la arrogancia y la incompetencia imperiales. Cuando los mundos paralelos coinciden con el mundo real, todos estamos en peligro de desaparecer en un enorme e histórico agujero negro.
Norman Birnbaum es profesor emérito en la Facultad de Derecho de Georgetown, y autor, entre otros libros, de Después del progreso. Traducción de Jesús Cuéllar.
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