_
_
_
_
Reportaje:Controversia política por el 'caso De Juana'

El ejemplo británico

El Gobierno de Londres contó siempre con el apoyo de la oposición, tanto cuando murieron terroristas en huelga de hambre como cuando fueron excarcelados más de 500

La furibunda indignación desatada en España por la concesión de la prisión atenuada a Iñaki de Juana no tiene parangón en el caso de Irlanda del Norte, por dos motivos. Primero: cuando 10 presos del Ejército Republicano Irlandés (IRA) se pusieron en huelga de hambre, no se impidió que murieran en la cárcel. Segundo: años más tarde, el Gobierno británico liberó a más de 500 terroristas, la mayoría de ellos mucho antes de que hubiesen completado el cumplimiento de sus condenas. En ambos casos, el Gobierno en el poder en Londres contó con el apoyo del principal partido de la oposición.

La huelga de hambre, representada en la figura de Bobby Sands -el primero que murió-, se llevó a cabo en 1981, cuando el Partido Conservador de Margaret Thatcher estaba en el poder. Las liberaciones de presos se produjeron durante el Gobierno laborista de Tony Blair. El primer caso, con un Sands transformado en mártir de la causa republicana irlandesa, condujo a un recrudecimiento del conflicto terrorista, que duró 17 años más; el segundo fue el preámbulo de la paz duradera que existe hoy. Esta misma semana se han celebrado elecciones en Irlanda del Norte, en un clima de normalidad igual al que se vive cuando la gente vota en Londres o Edimburgo.

Más información
Rajoy llama a "defender la nación española" en la marcha contra Zapatero

Es bastante probable que el Gobierno español, al hacer sus cálculos sobre cómo responder a la huelga de hambre de De Juana, haya tenido en cuenta el ejemplo irlandés. Que tiene puntos de diferencia con el vasco. La política interna de Irlanda del Norte ha sido más compleja y conflictiva que la de Euskadi; a su vez, la dimensión británica del asunto, vista desde Londres, ha sido menos complicada que la española, vista desde Madrid.

Los problemas intrínsecos de Irlanda del Norte han sido más complejos debido principalmente a que allá han vivido, codo con codo y odiándose, dos comunidades divididas por la religión y la discriminación económica y social. Durante 300 años, los protestantes han explotado a los católicos, que han respondido recurriendo a las armas. A finales de los años sesenta se desató un conflicto que duró 30 años y se cobró casi 4.000 vidas.

Londres nunca mantuvo una actitud pasiva. Decenas de miles de soldados británicos fueron enviados a Irlanda del Norte durante este periodo. Y después, cuando se pudo, hubo un decidido empeño negociador para llegar hasta el Acuerdo de Viernes Santo de 1998, que puso fin al conflicto, aunque no fue hasta el año pasado cuando el IRA entregó sus armas. En todo momento se mantuvo el consenso entre los principales partidos en el Parlamento de Londres.

Si eso fue así, fue en parte porque para los británicos había, aparentemente, menos en juego en Irlanda del Norte que para los españoles en el País Vasco. La cuestión de Irlanda del Norte no ha tenido peso electoral en Gran Bretaña; si se hubiera convocado un referéndum entre los británicos durante los 30 años del conflicto, sobre si Irlanda del Norte debía permanecer o no dentro del Reino Unido, la mayoría posiblemente hubiera dicho que no. No interesaba lo suficiente.

Hace 10 años, cuando presos irlandeses -tan sanguinarios como De Juana- empezaron a ser liberados, no hubo manifestaciones en las calles de Londres, a pesar de que muchos estaban cumpliendo condenas por asesinato en el momento de su liberación. Ni siquiera salió la gente a la calle cuando se liberó a presos que en los años setenta habían puesto bombas en tres pubs ingleses -dos en la ciudad de Birmingham y una en el condado de Surrey- que mataron a 24 personas por completo ajenas al conflicto. Ni tampoco hubo manifestaciones hace dos años, cuando se produjo la prematura salida de la cárcel de Sean Kelly, el autor de la colocación de una bomba en una pescadería de Belfast que mató a nueve personas, entre ellas una mujer y dos niños. Hubo críticas en los periódicos, y políticos de la oposición conservadora que disintieron de su partido; pero la oposición como bloque no condenó la liberación de Kelly, como tampoco se había opuesto de manera sistemática a la negociación con los terroristas, ni a las medidas que se llevaron a cabo para que el proceso de negociación triunfara.

Donde sí hubo un rechazo permanente a la liberación de los presos y a la negociación con el IRA y sus aliados del Sinn Fein fue dentro de la misma Irlanda del Norte. Mientras que en el interior del País Vasco se observa un consenso bastante amplio a favor del proceso de paz, los partidos protestantes en Irlanda del Norte -representantes de la mayoría- permanecieron en contra durante gran parte del tiempo. El Partido Unionista Democrático (DUP) del reverendo Ian Paisley, cuya posición es la que más se asemeja a la del PP, se mostró inflexible contra la negociación desde el principio hasta el fin. Cada preso del IRA liberado representaba una traición a las víctimas, una rendición al terrorismo. Cuando Sean Kelly salió de la cárcel, el partido de Paisley denunció "el cinismo" del Gobierno de Londres.

No le ha dado tan mal resultado esa política, como quizá se haya percatado la dirección del PP. El partido de Ian Paisley, un ferviente anticatólico, ha sacado todos los beneficios políticos del proceso de paz, al que siempre se opuso sin apenas pagar precio alguno -más allá de hacer el ridículo frente al resto de Reino Unido y la comunidad internacional-. Irlanda del Norte vive hoy en paz. El reverendo Paisley puede caminar por la calle sin temor a que le maten. Y su partido ha ganado en las elecciones de esta semana para una nueva asamblea legislativa, llevándose la gran mayoría de los votos protestantes, seguido de cerca por el Sinn Fein, que arrasó entre los católicos.

El ex primer ministro británico John Major, con su sucesor, Tony Blair, en la apertura de la primera legislatura de éste como jefe de Gobierno el 14 de mayo de 1997.
El ex primer ministro británico John Major, con su sucesor, Tony Blair, en la apertura de la primera legislatura de éste como jefe de Gobierno el 14 de mayo de 1997.AP

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_