La vida de los otros
1Nunca voy al cine, pero me han hablado tan extraordinariamente bien de La vida de los otros, ópera prima de Florian Henckel von Donnersmarck, que decido ir a verla. El brillante artículo de Juan Villoro de hoy ha acabado de decidirme. A las cuatro de la tarde me sitúo en la discreta cola que hay en la calle de Bailén frente a la taquilla de los Lauren de Gràcia, el ex cine Texas. Desde mi posición en la cola, observo a la amable taquillera, que devuelve el cambio con tanta naturalidad que me recuerda a la taquillera de El miedo del portero al penalty, la novela de Handke que adaptó Wenders para el cine. Voy con Marsé, Sagarra, María Jesús y Paula. No me olvido de que estoy ante el que fue cine Texas, la sala que más veces he pisado en mi vida. En los años sesenta era donde veía todas las películas no aptas para menores. Allí vi, por ejemplo, Rocco y sus hermanos, de Visconti, diciendo en mi casa que iba a ver Rocco y sus hermanitos.
Refutación del tiempo en la calle de Bailén. Me doy cuenta de que hace 45 años ya estaba haciendo cola aquí en este mismo lugar, y lo hacía sobre esta misma baldosa que ahora estoy pisando frente al antiguo Texas. La misma loseta y el mismo lugar de hace 45 años. Es como si no me hubiera movido de aquí en todo este tiempo. Pero, ¿está todo igual? Bueno, no creo. No olvido la frase de El rey Lear: "Ya te enseñaré yo las diferencias".
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Era entonces, en aquellos tiempos, enormemente aficionado a las películas de espías. Y hasta tenía un libro de cabecera sobre ellos, donde se daban consejos útiles para quien fuera a ejercer aquel trabajo. "Mézclese alumbre con vinagre hasta obtener la consistencia de la tinta y escríbase el mensaje en la cáscara. Cuando la tinta se seca, nada se ve, pero algunas horas más tarde el mensaje (que debe escribirse con letras grandes) aparecerá en la clara del huevo".
Esta historia de la tinta y la cáscara es mi asignatura pendiente. Tal vez es que mezclaba mal el alumbre con el vinagre, pero lo cierto es que fracasé cuantas veces lo intenté, pues nunca vi aparecer palabras en la clara de ningún huevo, nunca.
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'La vida de los otros' transcurre en 1984, cinco años antes de la caída del Muro de Berlín, y se ocupa de la inflexible vigilancia a la que fueron sometidos los habitantes de la RDA. Uno de cada tres ciudadanos era "informante no oficial" de la Stasi, la agencia de Seguridad del Estado. Es una gran película, con un actor, Ulrich Mühe, sencillamente extraordinario. De una forma casi imperceptible, su personaje, un frío espía de la Stasi, da un cambio radical el día que comienza a investigar la vida de un dramaturgo y su compañera, una famosa actriz de teatro. Predomina el gris en todas las secuencias. "El gris nunca ha tenido muchos partidarios, aunque algunos de ellos fueran eminencias. Fue el color favorito de Bertolt Brecht", ha dicho Florian Henckel von Donnersmarck.
Hay un momento en el que el dramaturgo espiado busca un libro de color azul de Brecht que le ha desaparecido de su escritorio y descubrimos que se lo ha robado el espía de la Stasi, que lo está leyendo, ensimismado, en la azotea. El espía está leyendo en el primer movimiento poético de su despertar moral y se diría que de pronto ha descubierto en su espionaje un medio para afilar la conciencia y estar más y mejor vivo. Ojalá se hicieran películas sobre el franquismo con la profundidad, verosimilitud, espíritu contradictorio y capacidad de conmoción que se dan en La vida de los otros. Tanto jaleo con la memoria histórica y nadie ha sido capaz de hacer entre nosotros una película tan inteligente, tan compleja y tan poco maniquea, tan sensata y poética como La vida de los otros.
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Los métodos de la Stasi nos son mostrados minuciosamente. Vemos sus escuchas, sus interrogatorios, sus archivos, todos esos expedientes que (a diferencia, por cierto, de los archivos franquistas) fueron abiertos hace unos años a todos los afectados, no sin que eso planteara ciertos problemas. "Hubo un gran debate en el que mucha gente se mostró en contra, ya que creían que daría lugar a venganzas personales, pero se equivocaron. No hubo ningún problema. Todas esas personas sólo querían saber la verdad", ha comentado von Donnersmarck.
En su película todos los personajes son complejos y contradictorios y escapan a los clichés de buenos y malos a los que nos acostumbraron tantas novelas y películas, y ahora nuestros políticos. Al verla, recordé que mi amigo Juan Villoro fue agregado cultural de México en Berlín oriental precisamente desde 1981 hasta 1984 y fue espiado como todo el mundo ("allí la paranoia se convertía en una forma de la costumbre"); no hace mucho, él mismo, tal como contaba en su artículo del otro día, fue a Berlín a ver su expediente en el Bundesbeauftragte, oficina dedicada a investigar las delaciones del pasado. Comprobó que no había hecho nada de interés para la intriga internacional y que todos los informes o fichas sobre él (como solía suceder con tantos informes en la RDA) eran inocuos. Pero descubrió que le habían seguido espiando cinco años después de su salida de la RDA. La última entrada de su ficha es de 1989 y está escrita por un pintor que se alojó en su casa de México y presentó luego ante la Stasi un informe en el que decía no encontrar nada sospechoso, salvo el desorden notable que había en su escritorio.
Eso me lleva a algo que acabo de leer a Ricardo Piglia en una entrevista de Jorge Carrión en Quimera: "Yo siempre digo que lo mejor que uno ha hecho en vida es lo que la policía tiene registrado de él, que el currículum perfecto es tu ficha policial". No está mal visto. La literatura como una forma de pensar nuestra relación con lo ilegal.
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