Un eros de mirada y deseo
"Acuérdate de mí, dios del amor". Con este verso cierra Sandro Penna, considerado el Cavafis italiano, uno de sus poemarios editados por primera vez completos en España.
CRUZ Y DELICIA / EXTRAÑEZAS
Sandro Penna
Traducción de Edgardo Dobry
Lumen. Barcelona, 2007
355 páginas. 15 euros
Aunque todas comenzaron a salir tras la muerte del poeta, no son ya pocas (aunque ciertamente desiguales) las antologías de Sandro Penna (1906-1977) que existen en español, empezando por una pequeña que yo hice en 1979 para una perdida editorial valenciana. Penna no es un desconocido entre nosotros, aunque tampoco todo lo conocido que merece. Un griego del siglo XX. Un Cavafis sin casi nada de Cavafis. Un excelso manejador de la poética hermetista (a través de su primer maestro, el triestino Umberto Saba) sin ninguna cargazón hermética. El Montale de un mundo más reducido: el mundo provinciano y popular de la Italia anterior al desarrollismo de los sesenta. La belleza de adolescentes y muchachos púberes, en amores tan puros como clandestinos, necesaria, inevitablemente fugaces...
Digo que el primer acierto
de Edgardo Dobry (que se ha esmerado en una traducción dificilísima, incluso por su falsa, aparente sencillez, y la edición es bilingüe) es darnos por vez primera dos poemarios completos de Penna, y probablemente los dos más significativos. Con Cruz y delicia (título sacado de un aria de La Traviata, popular entre los italianos) de 1958, el poeta revalidó su estela de clásico secreto, que había obtenido un año antes con la edición de sus entonces completas Poesie. Publicado en 1976 (muy poco antes de su muerte, casi en la indigencia) Extrañezas es el punto final de una poética refinada y despojada, que ya tenía voz propia desde su inicio en 1939. Ayudado siempre por amigos como Pasolini o Elsa Morante, Penna fue un solitario y un gran excéntrico, dado al chismorreo, que malvivió, muy aristocráticamente, trapicheando con estraperlo y bajas antigüedades. Creyó en la infinita virtud del ocio, y cinceló su corta y refinadísima obra lírica como un neótero de otro siglo. La nunca oculta pederastia -al modo griego, no confundir con un violador de niñas- le mantenía siempre entre la luz y la melancolía, entre la insinuación y el fruto, entre el máximo temblor de la donación y la turbiedad del miedo. Dice en un verso: "Amore, gioventù, liete parole..." (Amor, juventud, dulces palabras). A veces un cuarteto rimado convierte en perfecto artificio la espléndida facilidad: "Bésame en la boca, último estío. / Dime que no te irás tan lejos. / Vuelve con el amor sobre los hombros: / tu peso así no será vano". Sin duda Dobry ha traducido bien, pero como en italiano riman el segundo y el cuarto verso, se impondría al menos una asonancia en español, para que el significado posea también la música. Bastaría (es un ejemplo muy a vuelapluma) tomarse una licencia en el verso segundo: "Estío que no andarás lejano", entonces se guardaría la rima consonante -pero insisto en mayores y más fáciles asonancias- y algunos de estos primorosos poemas tendrían el campanilleo leve de un dictum presocrático de ahora mismo. Como: "Amore, amore, / lieto disonore" (Amor, amor,/ alegre deshonor). ¿Cómo evitar la rima? Es preciso y precioso, todo él difícil facilidad, el puro marchamo de un clásico.
No era un homosexual de
ciudad o de bar, ni de café (como Cavafis), quizá no fue un homosexual moderno. Imaginó, hoy, idilios de Teócrito. Escenas bucólicas, tiernas postales dorias del amor socrático. La moral popular (más libre) aún lo consentía de algún modo. Para la moral burguesa -al menos- era un raro universo sin nombre: "Estas costumbres no fueron despreciadas. / Ya no podían comprenderse". Por eso cerrará el último libro con el solo verso posible: "Acuérdate de mí, dios del amor". Hay melancolía también de paisajes y de reinos perdidos, amor y bellezas que fueron o pudieron ser y que tornarán a ser. Delicadeza, perfección, armonía. Un alto poeta cerrado en su asombroso pequeño mundo, desdeñoso de la riqueza vulgar y la ordinaria fama, rico en palabras y en mirada. Vivísimo.
Sospecho que Sandro Penna es un culto que no ha hecho sino empezar, esplendoroso.
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